Cuando
ésta concluía, cientos de machos
se agrupaban alrededor de las charcas recién
formadas para atraer hembras con su canto. Después
de este corto período de frenesí,
los sapos dorados se escondían hasta
las lluvias del siguiente año. En 1987,
los científicos encontraron aproximadamente
1 500 adultos de esta especie, en 1988 apenas
fueron vistos 10 individuos, en 1989 se observó
un solo sapo dorado, el último en ser
visto hasta la fecha.
Desde Australia, otro ejemplo. El sapo Rheobatrachus
silus, especie que era tan abundante que en
una hora se podían encontrar cien individuos,
desapareció del planeta en 1980, apenas
seis años después de su descubrimiento.
Cerca del 15% de las ranas del continente australiano
han experimentado descensos significativos en
sus poblaciones.
Como estos dos casos hay muchos otros. ¿Alguno
en nuestro país? Según la UICN,
¡no! Entonces, las más de 400 especies
de ranas y sapos del Ecuador gozan de espléndida
salud. La tranquilidad invade nuestro espíritu
ranófilo. La realidad es muy distinta:
lo poco que sabemos parece indicar que nuestro
país sería uno de los que más
especies de anfibios esté perdiendo o
haya perdido.
Para muestra un botón; la historia del
jambato negro (Atelopus ignescens), el sapo
más abundante de los páramos y
valles interandinos ecuatorianos hasta hace
un par de décadas. Pocas personas de
más de 30 años no recuerdan a
este pequeño animal; tan común
era. A pesar de ello, fue descrito por la ciencia
recién en 1849. Para los que no los recuerden,
los jambatos tenían toda la espalda negra
y la panza roja o amarillenta, y sus renacuajos
pululaban en acequias y riachuelos. A diferencia
de la mayoría de sapos, eran diurnos,
por lo que constituían uno de los componentes
más llamativos y visibles para el visitante
de los páramos y valles interandinos.
Para tener una mejor idea de lo que fueron los
jambatos, citemos al naturalista y americanista
español Jiménez de la Espada:
“...su fecundidad es prodigiosa. Veíamos
sus individuos a millares por los meses de noviembre,
diciembre y enero en los prados herbosos y húmedos,
cerca de los arroyos, charcas o lagunas. A orillas
de la nombrada de la Mica, en el Antisana, comenzando
el año de 1865, los sorprendí
en la época de sus amores y cuando los
machos buscan a las hembras para ayudarlas al
desove o a fecundar los huevos. Perseguíanlas
por los tremendales inmediatos al agua con actividad
e insistencia y tan ciegos que, luchando por
conseguirlas, al alcanzarlas, rodaban en pelotones,
revueltos unos con otros...” Ahora, por
difícil que parezca, en los páramos
del Ecuador es imposible encontrar un jambato.
Según investigadores del Centro de Biodiversidad
y Ambiente de la Pontificia Universidad Católica
del Ecuador (PUCE), el último jambato
negro visto en Quito fue en marzo de 1983 en
el sur de la ciudad, cerca de Chillogallo, y
los últimos registros de la especie datan
de marzo de 1988 en los páramos arriba
de Oyacachi. Este derrotero parece ser el de
muchísimas especies, sobre todo las que
habitan (o habitaban) las regiones montañosas
y cuyo ciclo reproductivo está asociado
a corrientes de agua.
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