N° 67 - septiembre octubre 2010
 
 
 
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por Gabriela Anhalzer*

 
 

Se voltean las gavetas plásticas y cae una cascada de peces, rayas, cangrejos, camarones, estrellas de mar, pepinos y caracoles en el cajón de un furgón parqueado sobre la arena del puerto pesquero Daniel López, el poblado más grande en las inmediaciones del parque nacional Machalilla. El balde recubierto de fibra de vidrio se va llenando de la pestilente masa café.

Fabián Pacheco, biólogo pesquero, ha comprado una gaveta de este botín y, escudado en sus guantes de látex, comienza a clasificar e identificar cada uno de los bichos. La voluntaria que lo acompaña disimula a duras penas el malestar que el olor le produce, mientras anota lo que Fabián describe. Es lo que aquí en la Costa los pescadores llaman “basura”. Lleva ese nombre por estar compuesta de lo que se conoce como “pesca incidental” –by-catch, en inglés–, es decir la pesca acompañante o “no deseada” de los barcos de arrastre camaroneros.

La pesca de basura

Los camarones, en su etapa adulta, se encuentran en el fondo del mar en donde se alimentan de material orgánico. Para capturarlos, los barcos de arrastre “barren” el suelo marino levantando el sedimento junto con los camarones. El problema es que los camarones no se encuentran solos en las profundidades. Junto a ellos vive una diversa comunidad de especies, desde corales y conchas hasta tortugas y rayas. Las redes de arrastre no discriminan especies y tamaños; todo es levantado, y lo poco que no termina en el saco de la red, queda estropeado o muerto en las profundidades.

Para llegar al fondo marino, los barcos de arrastre utilizan un método de pesca efectivo. Demasiado efectivo, quizás. Están equipados con dos brazos o “plumas” a babor y estribor que se abren y jalan una pesada red (y a veces dos). Esta mide entre treinta y 35 metros de largo y puede llegar hasta cuatrocientos metros de profundidad. Tiene la forma de un embudo, con un bolso recolector en el centro, donde se acumula la captura. En los dos extremos de la red, pesadas tablas de madera, hierro y cadenas la mantienen abierta y levantan lo que encuentran a su paso para que caiga en el bolso (ver figura más abajo). Esta mezcolanza de peces, crustáceos, caracoles, troncos, limo, plástico y, sí, también camarón, es finalmente subida por grúas hasta cubierta.

Xavier Chalén, coordinador de conservación marina y costera para Conservación Internacional Ecuador, nos explica que se ha logrado identificar más de 217 especies como captura incidental en los camaroneros. En Ecuador existen pocos estudios sobre la magnitud del by-catch, pero información puntual y anecdótica sugiere que habrían razones para preocuparse.

Tomando en cuenta que, según el Instituto Nacional de Pesca (INP), por cada libra de camarón, cerca de cuatro libras corresponden a pesca acompañante, el volumen de las capturas no deseadas es sustancial. Hasta hace algunos años estos “desechos” se devolvían al mar, donde pelícanos y otras aves marinas aprovechan lo que pueden antes de que lleguen a las profundidades, donde al descomponerse consumen el poco oxígeno que hay allí. La reducción en las capturas de camarón por sobreexplotación (según Chalén, desde 1988 el INP reporta dramáticas reducciones en las poblaciones de camarones marinos comerciales) y la apertura del mercado para la pesca incidental, entre otros factores, incentivan a que lo que antes era desechado se esté convirtiendo en el objetivo de la flota industrial. Lo venden como fuente de proteína barata a las fábricas de harina de pescado para producir balanceado para animales. A simple vista, el aprovechamiento de lo que antes se desperdiciaba parece positivo, si no fuera porque es el síntoma indisputable del desplome de la pesquería objetivo original, y porque a su vez causa el declive de muchas de estas especies “basura”.

Aquí surge la pregunta: ¿si se acaba la basura, qué nos importa? Mas lo que tradicionalmente ha sido basura para la pesca industrial –una gran variedad de peces, como el lenguado, el pargo o la corvina, pulpos, centollas, caracoles y cangrejos de varios tipos, almejas, mejillones, ostras, ostiones y otras conchas, calamares, langostas y jaibas– es un valiosísimo recurso para miles de personas que dependen de la pesca artesanal en el país.

Las redes de un conflicto

José Mite, presidente de la cooperativa Asopescar de pescadores artesanales de Puerto López, se encuentra en su oficina, en un escritorio lleno de papeles. Desde aquí, convoca reuniones y escribe cartas intentando organizar los esfuerzos dispersos en contra de la pesca de arrastre. –Es uno de nuestros problemas más grandes– nos explica. –Esta pesquería compite deslealmente con nosotros. Están aventajados por sus técnicas de captura, y matan a escala industrial especies que son el objetivo de la pesca artesanal–.

En efecto, Carlos Villón, especialista en pesca y ex subsecretario de Calidad Ambiental del ministerio de Ambiente, señala que hasta el 20% de la pesca incidental de los arrastreros son especies comerciales, el recurso de los pescadores artesanales, que los camaroneros no están autorizados por la ley a pescar. Más grave aún, el 80% restante que se considera no comerciable (aparte de como harina de pescado), se incluyen juveniles de muchas especies que sí son valiosas cuando adultas, pero que nunca llegarán a reproducirse, impidiendo así el reemplazo de sus poblaciones. Ese es precisamente el miedo de Mite: que las ya presionadas poblaciones de especies comerciales colapsen, y ese temor se repite a lo largo de toda la costa.

Como señala Xavier Chalén, la competencia desigual por los mismos recursos no es la única causa de conflicto entre los artesanales y los camaroneros de arrastre. En varias zonas, pero en especial en el golfo de Guayaquil, los artesanales se quejan de la pérdida de los artes de pesca e, inclusive, de embarcaciones y vidas humanas por colisión con barcos arrastreros. Por todo esto, la pesca de arrastre es una actividad con grandes impactos en el ambiente y en la sociedad, que muchas veces son pasadas por alto porque ocurren ocultas a nuestros ojos, debajo de la superficie del mar. Los pescadores artesanales han sido los primeros en oponerse porque les afecta directamente. Tras ellos, las autoridades de muchos países ya han caído en cuenta de la necesidad que hay de limitar la actividad. Así, este método de pesca ya ha sido eliminado en Venezuela, y existen significativas regulaciones en Estados Unidos, Nueva Zelanda, Australia o Noruega. En el Ecuador nos encontramos en un momento decisivo para el futuro de esta actividad en el que cabe preguntarnos: ¿es necesario y posible limitarla y hasta eliminarla?


Los dilemas de la eliminación

Me encuentro compartiendo unas cervezas en puerto con el capitán portugués dueño del barco de arrastre fondeado en la bahía. Es difícil relacionar a este amable hombre curtido por una larga experiencia en el mar, con la agresiva y predadora tarea descrita líneas arriba. Mi intención es escuchar qué piensa de la situación que enfrenta la pesquería de arrastre un hombre que vive de esa actividad. Él mira las actuales políticas gubernamentales como hostiles al sector camaronero, de por sí afectado por la reducción de las capturas del crustáceo. Añade que las autoridades han dado preferencia al sector artesanal, aunque sus artes de pesca –como el trasmallo, que es como una enorme red de volley que se tiende en la superficie del mar– también causan problemas, matando ballenas y tortugas. Justifica la pesca incidental señalando que no se desperdicia: es lanzada al mar donde sirve de alimento a las aves marinas o se la comercializa para harina de pescado. Señala con su mano al mar y me dice: –¡es tan extenso!– Gira y su dedo índice apunta al camaronero que surca el horizonte. –El delgado rastro que deja ese barco es nada comparado con la vastedad del mar–.

Tras defender el arrastre minimizando su huella en el ambiente marino, recalca aquella que, desde su perspectiva, deja en la sociedad. –No se toma en cuenta –dice– que pagamos impuestos, traemos producto para la exportación y damos empleo a mucha gente–. Su embarcación tiene una tripulación de siete, además de los carpinteros, mecánicos, electricistas y comerciantes con los que trabaja en puerto habitualmente. Cada uno de ellos tiene su respectiva familia. –Son miles de personas que dependen de la pesca del camarón– dice. –El gobierno no podrá cerrar esta industria tan fácilmente–.

El portugués tiene razón. Las intenciones manifiestas del gobierno de eliminarla –en septiembre del año pasado el presidente Correa declaró que “la pesca de arrastre va a desaparecer en un proceso de dos o tres años para que los pescadores artesanales tengan mayor sustento para sus familias”– no solo se topará con la oposición de los grandes intereses económicos que hay detrás del camarón (es una actividad que genera más de 32 millones de dólares al año).

También deberá afrontar el potencial problema social que se causaría debido a la gran cantidad de gente que depende de esta industria. A pesar de que, como señala Carlos Villón, desde 1987 en que la flota arrastrera alcanzó su mayor tamaño con 297 barcos, esta ha caído a la mitad, todavía emplea a una considerable población que se quedaría en la calle si la actividad cesara mañana. Según estimativos de varios organismos rectores de la pesca en el país citados por Xavier Chalén, en la pesca de arrastre trabajan más de 1 200 personas, y la industria genera 3 600 empleos indirectos. Según estos cálculos, unas 24 mil personas dependen de alguna manera de la recolección de camarón por arrastre.

Esta es la disyuntiva de los reguladores. ¿Cómo enfrentar una actividad que un amplio consenso considera nociva, pero que sin embargo sustenta a tantas personas? Esto se ve reflejado en la redacción del acuerdo ministerial 162 del pasado noviembre (ver recuadro), tendiente a regular las actividades de la flota de arrastre: severo en el diagnóstico pero ambiguo en las disposiciones. Según los personeros gubernamentales, este es solo un primer paso, aunque importante, de un proceso que en tres años erradique la práctica, causando el menor impacto social. En este ámbito, Conservación Internacional firmó un acuerdo de cooperación con el INP, con el fin de construir escenarios y modelos de manejo. Esta organización también apoya a la Subsecretaría de Recursos Pesqueros para fortalecer el control de la prohibición de la pesca de arrastre en las áreas protegidas marinas y costeras, entre otras medidas. Igualmente, está contemplado que el plan integral incluya alternativas para la flota camaronera, tales como indemnizaciones o crédito para habilitar las embarcaciones para la pesca de camarón de altura.

Gabriela Cruz, presidenta de la Federación de Cooperativas Pesqueras del Ecuador, que agrupa a los pescadores artesanales, reconoce esta buena disposición del gobierno. A un año de la emisión del acuerdo, explica que hasta el mes de mayo pasado los avances en este sentido eran palpables. Se acordó una veda de dos meses, tras la cual se volvieron a ver en las redes especies que no se capturaban por años. Sin embargo, dice, el proceso se ha estancado. A pesar del compromiso gubernamental, ella ve que hay un retroceso en actitudes de ciertas autoridades que dilatan la toma de acciones al exigir más información sobre los impactos de la pesca de arrastre, cuando estos ya son conocidos y ya se ha tomado la decisión de que desaparezca en dos años.

El capitán portugués termina su cerveza y prende un cigarrillo. Me quedo pensando en sus palabras. Me viene a la mente la imagen de Fabián en la playa hurgando entre la masa de organismos que hasta hace poco estuvo viva en el fondo del mar. El capitán dice la verdad: el mar es extenso. Esta palabra usada por poetas evoca en mi mente otras más: sublime, salvaje, vasto. Hay una que ya no podemos usar: inagotable

 

*Gabriela Anhalzer es ecóloga. Actualmente coordina proyectos de conservación de Equilibrio Azul en el parque nacional Machalilla. gabriela.anhalzer@gmail.com


Enlaces de interés:

Acuerdo ministerial 162 sobre pesca de arrastre

Información general sobre pesca de arrastre de Greenpeace