En el tiempo que pasé con ellos tampoco
los vi realizar ningún tipo de rito ni
ceremonia definida. Los rituales de alguna manera
son eslabones entre los individuos con su naturaleza
original. Con el tiempo, muchos fueron suplantados
por sus fetiches, sin los cuales la gente se
sentía vacía.
Esta dependencia aisla al individuo de su naturaleza
original, pero el individuo libre, el que no
se ha desviado de su esencia, no depende de
rituales, ni de su cultura ni de sus creencias,
y así he visto a los viejos huaorani.
Siempre están en unión con lo
divino, cada momento es como una nueva vida
y cada instante es un eterno estado de frescura.
Es esta integración espiritual y la conservación
de su naturaleza original el mayor tesoro al
que cualquier ser humano puede aspirar, por
ello me considero afortunado de haber podido
conocer a esta gente y haber podido aprender
de ellos. Lamentablemente ahora la colonización
y aculturación de su pueblo los está
haciendo separarse de esa naturaleza prístina.
Ahora comienzan las épocas difíciles
para ellos. Como dijo el Gran Jefe Seattle de
Norteamérica cuando ocurría un
proceso parecido con su gente: ‘Es el
fin de la vida y el principio de la supervivencia”.
Hay
unas grandes celebraciones de la abundancia
del bosque con infinidad de cantos y bailes
tradicionales. De hecho, en una aldea tradicional
huaorani (cada vez más escasas) durante
todo el día y gran parte de la noche,
se puede escuchar a alguien cantando. Cuando
en una casa dejan de cantar, en otra casa comienzan.
“La historia es muy larga —me dijo
Nenquemo— por eso siempre tenemos
que estar cantando, para no olvidar”.
En
una de esas celebraciones, había casi
300 personas entre mujeres y hombres. Todas
las comunidades estaban presentes menos los
clanes no contactados: los Tagaeri, Taromenane
y Huiatare. Ellos no querían saber nada
de nadie, ni de los huaorani que han querido
aceptar el mundo cohuodi. Por eso no
llegaron a la fiesta, ni tampoco hubo quién
se atreviera a invitarlos.
Todas
las mujeres estaban en el centro de la casa,
abrazadas fuertemente. Sus caras pintadas y
sus cabezas con coronas, con hojas amarradas
en sus brazos y hojas de palmeras en las manos.
Mientras cantaban, se desplazaban en círculos
en el centro de la casa: “Somos como las
loras de colores briosos, estamos volando por
el aire buscando los árboles de frutas.
Una encuentra las frutas, canta y así
el resto viene para gozar, somos la gente del
bosque. Ésta es la fiesta del bosque”.
En los bordes de la casa, los hombres saltaban
y corrían alrededor de ellas, con sus
manos sobre los hombros de los otros, también
cantando:
“Somos
como los sahínos, corriendo en grupo,
siguiendo a las loras, cuando ellas encuentran
un árbol de frutas y se ponen a chupar,
nosotros vamos a comer todas las frutas que
hacen caer, somos los Huaorani, somos la gente
del bosque. Ésta es la fiesta del bosque”.
En
medio de los cantos le pregunté a Untugamo
qué quería decir cohuodi. “Es
es el nombre para todos los que no son huaorani”,
me dijo mi amigo. Luego me enteré que
quería decir caníbal o “los
que cortan todo en pedazos”. Ésta
es su historia: En la antigüedad, un hombre
deseaba la esposa de su hermano y ya no aguantaba
las ganas. La siguió hasta la chacra,
donde vio cómo una boa salía del
río y se enroscaba en el cuerpo de la
mujer. Regresó corriendo el hermano y,
cuando el hombre regresó de cazar, lo
invitó a comer y le dijo: hermano, creo
que tu mujer está teniendo relaciones
con una boa, debes seguirla a la chacra y esconderte
para ver. Así lo hizo, y cuando la boa
se enroscó en su mujer, salió
de su escondite y la mató de un solo
golpe.
|