Noviembre de 2001
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Por Paolo Catelan
Foto Paolo Catelan

Sangay partido en pedazos
continuación (2 de 3)

Caterpillar en acción en medio del bosque nublado, sector Huapachi. Varias hectáreas, en un radio de 1 km a cada lado de la carretera, han sido confiscadas al Parque y destinadas a la colonización "controlada".

Y, a pesar de que el Parque Nacional Sangay alberga notables poblaciones de cóndores, el área no ha sido incluida en la Bioreserva del Cóndor, que a su vez abarca la Reserva Ecológica Cayambe-Coca, la Reserva Ecológica Antisana, el Parque Nacional Cotopaxi, y el Parque Nacional Sumaco-Napo-Galeras en Ecuador.

El río Upano, que se origina en la bellísima Laguna Negra de Atillo, cerca del escarpado macizo del Ayapungo, tiempo atrás era un magnífico río de aguas rápidas cristalinas. Cuando estuvimos allá por primera vez en 1996, era todavía posible ver cómo la destrucción ocurría en medio de un mundo pre-humano. Para abrir la Guamote-Macas, los bulldozers expoliaban las laderas internas de la Laguna Negra, arrojando el excedente de roca y lodo en el agua, práctica opuesta a la recomendada. Las aguas de la laguna se hicieron de un color desagradable, ceniciento, opaco y deprimente durante años; los colores originales, los tonos profundos, a veces verdosos, nunca regresaron.

Más abajo de la laguna, en las laderas de los cerros, se producían explosiones con dinamita y, desde una altura de setenta metros por encima del nivel de la vía, con regularidad bajaban derrumbes hacia el profundo cañón del Upano. Esta carretera, planificada de unos pocos metros de ancho, estaba tallando profundamente las montañas sobre un frente de centenares de metros. Todo esto ocurría en el medio de las más maravillosas y prístinas selvas nubladas, en uno de los lugares más lluviosos de la Tierra. La gente que vivía en Zuñac, un pequeño poblado situado río abajo, partidarios vehementes de la construcción de la carretera, más tarde nos dijeron que el Upano era antes un río de bellísimas aguas claras, que podían beber. Mientras tanto, probablemente, los ecosistemas fluviales (los más expuestos y delicados) ya han desaparecido.

No está claro cómo será emprendido el manejo de la carretera en el futuro. De hecho, a partir del corte de la vía es muy probable la propagación de las invasiones, con destino a la zona núcleo del Parque. Para controlarlas de manera significativa se requiere de muchos recursos, que seguramente no dispone el Ministerio del Ambiente, sin fondos (duele decirlo) en forma crónica.

En resumen, los efectos ejercidos sobre los procesos evolutivos de la Amazonía corren el riesgo de ser dramáticos. Simplemente, el corredor sub-andino de las estribaciones de la cordillera está próximo a perderse, y los animales no estarán en condiciones de migrar sin complicaciones de norte a sur, como lo hacían antes. Esa es una de las razones por las que la planificada carretera Guamote-Macas y otras de su género son tan absurdas desde el punto de vista de conservación global.

A la fecha, los caterpillar necesitan devorar los últimos dos kilómetros de selva lluviosa para completar la construcción de la vía. Las preguntas son: ¿existe un margen legal para parar todo esto? Si la respuesta es no, entonces quiénes deberían contribuir para reducir los impactos negativos debidos a las devastaciones no planeadas y tan profundas?, ¿quiénes impedirían la cacería furtiva, tala indiscriminada, colonización ilegal y consecuente contaminación? Desafortunadamente, estas últimas actividades no son exclusividad del valle del Upano y afectan al Ecuador en las diferentes regiones.

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