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Septiembre de 2001
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Por Jean-Marc Touzet
Foto Jorge J. Anhalzer / Archivo Criollo

El recolector del Shiripuno

Los ríos de la Amazonía han estado ligados a las culturas orientales. Fuentes de sustento, vías de comunicación y elementos clave de sus cosmovisiones, ahora se ven amenazados por la contaminación que sufren.

Motor apagado. La canoa se desliza silenciosamente por las aguas del río Shiripuno. Bajo un sol intenso que hace centellear mil fuegos del espejo del río, la muralla vegetal forma un manto de distintos tonos de verde.

Sentados de dos en dos en la embarcación, los turistas están atentos a cualquier movimiento que pueda romper la quietud del entorno. Atrás, empujando la palanca de madera, el popero huao pone toda su atención para guiar la canoa y evitar los numerosos troncos semi sumergidos. El puntero, ayudándose de una pértiga, dirige el movimiento, empujándose de vez en cuando contra la orilla para evitar que salgamos de nuestro eje de navegación. Delante de los pasajeros, el guía vigila los alrededores. El despegue intempestivo de un martín pescador, el grito agrio de un guacamayo sentado sobre la rama alta de un ceibo, el deslizarse ruidoso de un caimán, el aleteo azul de una mariposa Morpho. Todo es motivo para observaciones y comentarios que alegrarán el viaje de aventura de sus visitantes.

Paramos a orillas del río donde adivinamos el nacimiento de una trocha. Este sendero de cacería, usado durante milenios por la "Gente que Marcha en el Bosque", los Huaorani, se interna y se funde en la húmeda sombra. Iniciamos una caminata durante momentos privilegiados en el seno del océano verde.

Namo, el guía huao, marca el compás de nuestros descu- brimientos en cada tronco, en cada liana, en cada arbusto, explicando el uso de sus plantas medicinales, contando la vida de su mundo, de su selva, de las leyendas de su pueblo errante. Nos habla de equilibrio, de armonía, de esta relación tan frágil entre el Hombre y el Medio. Al observar el lodo fresco que rodea un charco lleno de hojarasca, nos cuenta la historia de todos los que anduvieron allí, esta misma noche, en búsqueda de comida: la guanta, el tapir, la guatusa, el armadillo. El jaguar también estuvo agazapado al lado del fangal y sus huellas están muy visibles en el barro.

Traduzco todo lo que nos cuenta Namo, sin perder un solo detalle. En el grupo, las preguntas van y vienen. De vez en cuando aclaro ciertas ideas, agrego datos históricos acerca de los Huaorani para que todos entiendan mejor. Con una hoja de palma, Namo muestra cómo se obtiene la "chambira", esta fibra con la cual se fabrican las hamacas y las shigras. Con otra hoja, hábil con sus manos, trenza una pequeña corona para cada uno de los visitantes. Hablamos en voz baja, rodeados del canto de miles de insectos y de aves invisibles.

De regreso a la embarcación puedo sentir el entusiasmo del pequeño grupo, percibo el contento de haber entreabierto la puerta secreta de un mundo desconocido y ciertamente ana- crónico en este siglo de cemento. El encuentro con la naturaleza provoca respeto.

Seguimos nuestra andanza por el río, esta vez con la ayuda del motor. Ya no tardará en caer la tarde y al deslizarnos por las numerosas curvas del Shiripuno, sorprendemos unas charapas trepadas en los troncos que emergen de las aguas. Estas tortugas se calientan con los últimos rayos del sol.

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