Motor
apagado. La canoa se desliza silenciosamente
por las aguas del río Shiripuno. Bajo
un sol intenso que hace centellear mil fuegos
del espejo del río, la muralla vegetal
forma un manto de distintos tonos de verde.
Sentados de dos en dos en la embarcación,
los turistas están atentos a cualquier
movimiento que pueda romper la quietud del entorno.
Atrás, empujando la palanca de madera,
el popero huao pone toda su atención
para guiar la canoa y evitar los numerosos troncos
semi sumergidos. El puntero, ayudándose
de una pértiga, dirige el movimiento,
empujándose de vez en cuando contra la
orilla para evitar que salgamos de nuestro eje
de navegación. Delante de los pasajeros,
el guía vigila los alrededores. El despegue
intempestivo de un martín pescador, el
grito agrio de un guacamayo sentado sobre la
rama alta de un ceibo, el deslizarse ruidoso
de un caimán, el aleteo azul de una mariposa
Morpho. Todo es motivo para observaciones y
comentarios que alegrarán el viaje de
aventura de sus visitantes.
Paramos a orillas del río donde adivinamos
el nacimiento de una trocha. Este sendero de
cacería, usado durante milenios por la
"Gente que Marcha en el Bosque", los
Huaorani, se interna y se funde en la húmeda
sombra. Iniciamos una caminata durante momentos
privilegiados en el seno del océano verde.
Namo, el guía huao, marca el compás
de nuestros descu- brimientos en cada tronco,
en cada liana, en cada arbusto, explicando el
uso de sus plantas medicinales, contando la
vida de su mundo, de su selva, de las leyendas
de su pueblo errante. Nos habla de equilibrio,
de armonía, de esta relación tan
frágil entre el Hombre y el Medio. Al
observar el lodo fresco que rodea un charco
lleno de hojarasca, nos cuenta la historia de
todos los que anduvieron allí, esta misma
noche, en búsqueda de comida: la guanta,
el tapir, la guatusa, el armadillo. El jaguar
también estuvo agazapado al lado del
fangal y sus huellas están muy visibles
en el barro.
Traduzco todo lo que nos cuenta Namo, sin perder
un solo detalle. En el grupo, las preguntas
van y vienen. De vez en cuando aclaro ciertas
ideas, agrego datos históricos acerca
de los Huaorani para que todos entiendan mejor.
Con una hoja de palma, Namo muestra cómo
se obtiene la "chambira", esta fibra
con la cual se fabrican las hamacas y las shigras.
Con otra hoja, hábil con sus manos, trenza
una pequeña corona para cada uno de los
visitantes. Hablamos en voz baja, rodeados del
canto de miles de insectos y de aves invisibles.
De regreso a la embarcación puedo sentir
el entusiasmo del pequeño grupo, percibo
el contento de haber entreabierto la puerta
secreta de un mundo desconocido y ciertamente
ana- crónico en este siglo de cemento.
El encuentro con la naturaleza provoca respeto.
Seguimos nuestra andanza por el río,
esta vez con la ayuda del motor. Ya no tardará
en caer la tarde y al deslizarnos por las numerosas
curvas del Shiripuno, sorprendemos unas charapas
trepadas en los troncos que emergen de las aguas.
Estas tortugas se calientan con los últimos
rayos del sol.
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