Septiembre de 2001
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
índice
segmentos fijos


ÚLTIMO NÚMERO

contenido


CLUB DE
SUSCRIPTORES


suscripción
museos socios
tarjeta del club

CONTACTO

 

 

 

 

Por Juan Manuel Carrión
Foto Andrés Vallejo E.

Agua, antigua divinidad de la humanidad

En varias culturas el agua es un medio de catarsis y purificación espiritual y corporal.

En un lúcido ensayo escrito a mediados de los ochenta y titulado “H O y las aguas del olvido”, Iván Illich, ex sacerdote y pedagogo austriaco radicado en México, crítico radical de la sociedad industrializada y de sus instituciones escolar, eclesiástica y hospitalaria, expone su convencimiento de que el entubamiento controlado del agua es otro ejemplo más de la amenaza que una ciudad moderna representa para los sueños de sus habitantes.

Manifiesta Illich en su artículo lo siguiente: “Los sueños han dado forma a las ciudades; las ciudades, a su vez, han inspirado sueños y, tradicionalmente, el agua ha alimentado ambos. Pero tengo serias dudas de que aún exista el agua que pueda conectar esos sueños con las ciudades. La sociedad industrial ha convertido el H O en una sustancia con la que resulta imposible mezclar el arquetípico elemento del agua”.

Ricamente documentado, este ensayo nos lleva a un recorrido por la historia del agua en el mundo occidental. Dicha historia se sintetiza en la percepción de varios sonidos diferentes producidos por el agua; mientras que en un extremo está la improvisación de los gorgoteantes manantiales que un príncipe alemán en la ciudad de Kassel hizo construir en los jardines de su palacio, en donde “las aguas de los sueños murmuran, fluyen y refluyen, rugen y gotean, salpican y corren, se detienen y pueden lavar y transportarle a uno. Caen del cielo en forma de lluvia y también surgen de las profundidades; pueden calar o sólo salpicar”, en el otro extremo están el gotear de los desagües y el sonido de los retretes al descargar.

Con el advenimiento de la Revolución Industrial a mediados del siglo XIX, la ciudad, en Europa, se concibe como un cuerpo social por el que incesantemente debía circular el agua, sin pausa en su función de portador de suciedad. A menos que el agua esté constantemente fluyendo por las calles y salga por las alcantarillas, la nueva ciudad industrial, que podría visualizarse como un sistema de tuberías, se estancará y se pudrirá. En la actualidad, el agua de la ciudad entra a ella como mercancía y sale como residuo.

Illich nos hace comprender que el agua urbana, en la cultura occidental, tiene principio y puede, consecuentemente, tener un fin. Al terminar su reflexión este autor deja planteada una inquietante pregunta: ¿Queda aún agua?

Otro autor, Monseñor Silvio Luis Haro, en su libro titulado: “El culto del agua en el Reino de Quito”, cita, del Diccionario de símbolos y mitos de Pérez-Rioja, lo siguiente: “Entre los elementos de la naturaleza, el agua es la que mejor impresión da de lo animado. Por esto tenía para los antiguos la mayor importancia; y, cuando se la personificaba, los ríos y las fuentes eran tenidos como sagrados. El agua era considerada en la Antigüedad como símbolo de resurrección y vida. Lava la suciedad física, pero también la anímica e incluso evita la contaminación demoníaca, ya que, según remotas tradiciones, el agua era el modo mágico más usual de la catarsis, lustratio o purificación”.

inicio - archivo - suscripción

CONTENIDO REVISTA 14


continúa

 

 
portada inicio archivo subscripción