Septiembre de 2001
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Por Andrés Vallejo E.
Foto Andrés Vallejo

Agua
continuación (2 de 3)

En Manabí, generalmente castigado por las sequías, la abundancia de agua durante el fenómeno de El Niño trae desolación y, a veces, como en el caso de esta escena en las cercanías de Montecristi, una alegre novedad.


Dos atributos del agua contribuyen a la complejidad que rodea sus asuntos. El primero es que el agua no respeta las fronteras de los hombres: la humedad que se evapora en la Amazonía peruana ha regado desde siempre los productivos valles interandinos del Ecuador, aun cuando el flujo comercial o diplomático entre los dos países haya cesado. De la misma manera, la contaminación petrolera de los ríos del Oriente afecta a la economía de los pueblos amazónicos peruanos aun después de haber firmado la paz. Esto que es cierto entre estados colindantes, también lo es entre casas vecinas, entre provincias e incluso, al otro lado del espectro, a escala global: el posible aumento de los niveles del mar debido a emisiones de carbono generadas en los países desarrollados afectará mayormente a los pequeños países insulares del sudeste asiático.

El segundo atributo es que, más que cualquier otro recurso, el agua es vital. Estas dos características hacen que la política del agua, si quiere ser exitosa, tenga que tomar en cuenta a todos sus usuarios, y que lo haga desde el enfoque de su unidad natural de manejo: la cuenca hidrográfica. Todo pedazo de tierra constituye parte de alguna cuenca hidrográfica, ya sea de la que incluye una sola caída de agua que nace en la parte alta de un peñasco y muere al pie del mismo cuando llega al mar, o de la que, como en el caso de la cuenca amazónica, se extiende a lo ancho de siete millones y medio de kilómetros cuadrados e incluye a nueve países. Y si todo pedazo de tierra está dentro de alguna cuenca, toda, o casi toda, actividad humana también se desarrolla en una. El uso más obvio y esencial que los humanos
damos al agua es el de incorporarlo a nuestro cuerpo que, como se sabe, está constituido en su mayoría por este elemento. Pero el agua posee una serie de características físicas y químicas que la hacen probablemente el más versátil de los recursos a nuestro alcance. Se la utiliza para el uso doméstico, para producir energía, como lubricante y refrigerante, para la agricultura y el transporte, para la eliminación y disolución de desechos y para la recreación. Esta multiplicidad de usos y la peculiar dinámica del ciclo hidrológico hacen del acceso al agua un asunto inherentemente conflictivo. En donde el agua es escasa y su uso agrícola es intensivo surgen problemas con los consumidores urbanos que la requieren para sus hogares; tal vez el caso más evidente se halle en California, donde el afán de lograr tareas —o fortunas— faraónicas, ha llevado a la necedad de cultivar arroz en el desierto inundando miles de hectáreas, aunque las inmensas ciudades de la baja cuenca sufran problemas crónicos de escasez de agua.

Pero los conflictos surgen inclusive cuando el agua sobra; el problema no es solamente de cantidad, sino también de calidad. En el río Napo—el lugar donde más agua dulce he visto en mi vida— el dilema no se deriva de lo que las compañías mineras extraen del río, sino de lo que adicionan a él.

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