Hay
un dicho popular que dice: “tres jueves
hay en el año que relumbran más
que el Sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el
día de la Ascención “. Con
esta frase queremos introducir el sentir popular
con relación a la fiesta del Corpus,
y reflejar la importancia de esta solemnidad,
no sólo en el ámbito religioso,
sino también en el cultural.
La fiesta del Corpus Christi en la Iglesia Católica
nos recuerda a los fieles la Eucaristía,
que debe ser el centro de la vida de un católico.
Es en este Sacramento donde todos los miembros
de la Iglesia deben encontrar las gracias necesarias
para, acercándose a Cristo, llegar a
la perfección.
Todas las fiestas importantes en la Audiencia
de Quito, en especial la de Corpus Christi,
tenían una serie de elementos mi- prescindibles
para la celebración. Uno de los más
importantes era el uso de la pólvora,
que era proporcionada por la Corona y los almacenes
reales.
La pólvora era usada de dos maneras:
una, simplemente, en calidad de salvas que la
artillería y la mosquetería descargaban
al inicio de la celebración; y otra,
convirtiéndola en castillos de fuego
de artificio, cohetes, atronadores, estruendosas
ruedas brillantes e incluso en modestos y molestos
buscapies.
La pólvora la distribuían las
autoridades civiles a los eclesiásticos,
en particular a las cofradías, de tal
forma que no faltaran los cohetes y castillos
de fuegos de artificio.
La fabricación de los fuegos artificiales,
de luz, color y sonido, fue muy popular en la
Península Ibérica, pero tardó
algún tiempo en aparecer en Indias. La
primera noticia data del Cuzco, con ocasión
de las fiestas que se realizaron por la victoria
de Lepanto que ganó Felipe II contra
los turcos en el Mediterráneo, y en la
cual, por cierto, perdió su brazo Cervantes.
De ahí que en adelante le apodaban “el
manco de Lepanto”.
Otro elemento importante fue la luz, que logró
transformar las poblaciones en gigantescos y
alucinantes escenarios en los que se representaban
grandiosas farsas, y donde los actores y público
se confundían sin distinguirse donde
terminaba o comenzaba el papel que cada individuo
tenía asignado. Esta era una ocasión
privilegiada para que todas las clases sociales
alternaran en una misma diversión. El
fuego, en definitiva, constituía el sistema
más rápido y visible para demostrar
el júbilo.
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