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Por María del Carmen Molestina
Foto Jorge Anhalzer / Visualfund

Corpus Christi

Danzantes de Corpus Christi en la provincia de Cotopaxi.

Hay un dicho popular que dice: “tres jueves hay en el año que relumbran más que el Sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascención “. Con esta frase queremos introducir el sentir popular con relación a la fiesta del Corpus, y reflejar la importancia de esta solemnidad, no sólo en el ámbito religioso, sino también en el cultural.

La fiesta del Corpus Christi en la Iglesia Católica nos recuerda a los fieles la Eucaristía, que debe ser el centro de la vida de un católico. Es en este Sacramento donde todos los miembros de la Iglesia deben encontrar las gracias necesarias para, acercándose a Cristo, llegar a la perfección.
Todas las fiestas importantes en la Audiencia de Quito, en especial la de Corpus Christi, tenían una serie de elementos mi- prescindibles para la celebración. Uno de los más importantes era el uso de la pólvora, que era proporcionada por la Corona y los almacenes reales.

La pólvora era usada de dos maneras: una, simplemente, en calidad de salvas que la artillería y la mosquetería descargaban al inicio de la celebración; y otra, convirtiéndola en castillos de fuego de artificio, cohetes, atronadores, estruendosas ruedas brillantes e incluso en modestos y molestos buscapies.

La pólvora la distribuían las autoridades civiles a los eclesiásticos, en particular a las cofradías, de tal forma que no faltaran los cohetes y castillos de fuegos de artificio.

La fabricación de los fuegos artificiales, de luz, color y sonido, fue muy popular en la Península Ibérica, pero tardó algún tiempo en aparecer en Indias. La primera noticia data del Cuzco, con ocasión de las fiestas que se realizaron por la victoria de Lepanto que ganó Felipe II contra los turcos en el Mediterráneo, y en la cual, por cierto, perdió su brazo Cervantes. De ahí que en adelante le apodaban “el manco de Lepanto”.

Otro elemento importante fue la luz, que logró transformar las poblaciones en gigantescos y alucinantes escenarios en los que se representaban grandiosas farsas, y donde los actores y público se confundían sin distinguirse donde terminaba o comenzaba el papel que cada individuo tenía asignado. Esta era una ocasión privilegiada para que todas las clases sociales alternaran en una misma diversión. El fuego, en definitiva, constituía el sistema más rápido y visible para demostrar el júbilo.

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CONTENIDO REVISTA 8

 

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