N° 64 - marzo abril 2010
 
 
 
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JATUN YACU
Minas ilegales


por Jorge J. Anhalzer

El eslogan que introduce la campaña del Ministerio de Turismo –“Ecuador, la vida en estado puro”– no encuentra congruencia en el diario vivir de nuestra pequeña patria. Por ejemplo en las orillas del Jatunyacu, el alto curso del río Napo, donde llegan cantidad de turistas a de-safiar las aguas blancas, han aparecido en los últimos meses, como células cancerígenas, grandes y múltiples manchas de tierra donde la deforestación es total y no queda mata en pie. Son minas de oro ilegales y, pese a su gran tamaño, clandestinas. Ni el ruido de las retroexcavadoras ni la bulla de las denuncias han llamado la atención sobre ellas.

Durante miles de años, desde antes de la conquista, los indígenas han lavado oro en las aguas del Jatunyacu. Ese oro dio beneficios a innumerables generaciones. Fue desde antaño una actividad de muy bajo impacto. Hoy, el río se enturbia con los sedimentos arrojados a su cauce, se contamina con el mercurio desechado después de recuperar el oro, se ensucia con el aceite usado de la maquinaria del que se dispone sin más, arrojándolo al agua. El río se acaba frente al quemeimportismo total. Los pocos animales que quedan huyen monte adentro y pronto los turistas también desaparecerán. El festival anual que celebraba al río Napo acaba de ser suspendido ante la falta de razón para celebrar.

Entre los recientes visitantes al Jatunyacu está el Presidente de la República, y aunque el eslogan “Ecuador, la vida en estado puro” esté pintado en la puerta del avión presidencial, no ha habido ninguna acción de la autoridad contra estos brotes de minería ilegal. Ni el Ministerio de Minas, ni el de Turismo, ni el del Ambiente, ni siquiera el SRI a quien estas minas no le tributan impuestos, se han inmutado, pese a las múltiples denuncias.

La discusión no radica, como simplifican algunos, en salvar pajaritos a costa del hambre de la gente. Cualquier extracción que se realice debe causar el menor daño posible, pues no hay oro que pague semejante destrucción. Este objetivo es imposible de cumplir en obras ilegales efectuadas sin control alguno. Estos ríos, estos montes, esta tierra no son solo nuestros; son también de los que vendrán, hijos de mineros, así como de los descendientes de las autoridades. A este paso ellos heredarán tierras yermas, sin oro y sin selva. Entonces se comprenderá talvez que el turismo, que aunque no traía riquezas a raudales, goteaba constantemente unos dólares en el bolsillo de la gente.
Mientras el tema Yasuní-ITT copa los titulares, nos olvidamos de un sinnúmero de problemas que se acrecientan a diario, no solamente en el Alto Napo. Muchos otros ríos de esa cuenca, sin ir más lejos, corren con igual o peor suerte, a pesar de que algunos inclusive son fuente de agua para ciudades y pueblos. Si algo queda de coherencia y dignidad, de verdadera soberanía, la idea de conservar el bosque en el Yasuní debería ser un símbolo que arrastre tras de sí una política coherente con la conservación. Y claro, además, con la explotación responsable