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Aguas abajo, el turismo ya se ha instalado. Rumibosque y Molinuco, dos sitios muy frecuentados por turistas, ofrecen algunos senderos naturales y facilidades para zambullirse en las aguas del Pita. Este, que podría ser un uso amigable del río, sin el suficiente control de la afluencia de turistas y el quemeimportismo de los mismos, causa que la basura pulule en la superficie y se acumule en las orillas.
El recorrido por el río Pita refleja los problemas de cualquier otro río ecuatoriano que alberga poblaciones humanas en su cuenca. A medio camino entre su naciente y la unión con el San Pedro, los paisajes empiezan a cambiar. Las espectaculares cascadas y las rápidas aguas cristalinas dan lugar a cursos turbios y chorreras poco inspiradoras, y los densos y diversos bosques andinos ceden paso a dispersas arboledas de eucaliptos, descuidados pastos y mucho cemento.
Las desgracias empiezan algunos kilómetros bajo Rumipamba. Un buen trecho del paisaje está tristemente decorado por una inmensa plantación florícola. Aunque sus dueños han optado por un nombre “ecológico”, sus prácticas ambientales lo contradicen. Una inspección de la Municipalidad de Rumiñahui los encontró vertiendo sus residuos de pesticidas tóxicos, incluyendo los envases plásticos, al río Pita. Rodrigo Aguirre, de la citada municipalidad, cuenta que ya han sido sancionados y que están a un paso de la clausura. ¡Amén!
Luego, el Pita atraviesa algunas poblaciones cuyas aguas servidas caen, directa o indirectamente, a su cauce. Pasando Loreto y otras parroquias, llegamos a la zona de Cashapamba, donde el río muestra síntomas preocupantes: canteras de material de construcción que remueven sus entrañas, basura colgando de sus empinadas quebradas, numerosos desagües arrojando cócteles contaminantes... Más allá, montañas de basura que se escurren al río o son quemadas en sus orillas. Hay hasta una recicladora que fabrica postes “ecológicos” y, a cambio, chorrea lixiviados tóxicos a una quebradita afluente del Pita.
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La desazón de recorrer el Pita a estas alturas es indescriptible. En un estudio realizado por un biólogo danés se evidencia la agonía de la mayoría de riachuelos de Los Chillos (ver ETI no. 24). Cuenta Jacobsen –el danés– que en Los Chillos la vida acuática, aquella que indica la salud de un ecosistema, prácticamente ha desaparecido debido a las aguas servidas, desechos industriales, botaderos de basura y alteraciones físicas directas. Todo esto, sin excepción, le acaece al Pita.
Hasta hace poco, la Municipalidad de Rumiñahui acumulaba toneladas de basura en un amplio recodo del río. Por suerte, ese botadero cerró. Sin embargo, la contaminación seguirá por muchos años, enterrada bajo el kikuyo, filtrando a cuentagotas su toxicidad hacia la corriente.
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Más abajo, en dirección a San Rafael, se cuentan varias mecánicas, lubricadoras y gasolineras. Aunque existen ordenanzas municipales para el manejo de sus residuos, éstas se pasan por alto: abundan las tuberías PVC que arrojan al río sus chorritos multicolores. Los de las fábricas son quizá menos obvios, pero los vecinos cuentan asombrados que el río suele, súbitamente, bajar rojo, azul o espumoso. Doña Concepción Puente, en sus muchas décadas junto al Pita, ha atestiguado su gradual transformación de cristalino a moribundo.
Este deterioro no se manifiesta solo en el color malsano y el putrefacto olor. En tiempos de pocas lluvias el cauce enflaquece, y a San Rafael llega un río que casi no llega. Sucede que aguas arriba, donde el Pita todavía está saludable, algunas captaciones le chupan un poco de su caudal. A pocos kilómetros de su naciente, el proyecto Pita-Tambo, de la EMAAP-Q, desvía parte de su cauce hacia la planta procesadora de Puengasí. Luis Amable Llumiugsi, oriundo de El Pedregal, entreabre o entrecierra compuertas cada seis horas para despachar más o menos agua, según sea la demanda en la capital. Normalmente, cuenta Amable, se toman solo tres mil metros cúbicos; lo demás continúa hacia el valle. Lo fundamental, comenta, es que allí no se contamina el agua. Cuenta también que antes bajaban hasta 14 mil metros cúbicos por segundo, pero desde que se sembraron pinos en el Sincholagua la cantidad bajó hartísimo.
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Varios kilómetros después, en el sector de Molinuco, otro tanto de agua se desvía para alimentar al distante reservorio de Guangopolo, donde se genera una fracción de la electricidad que consumimos. Vista desde arriba, esta cuarentona captación parece inofensiva: una parte sigue por el canal de
la Empresa Eléctrica y la otra su cauce “normal”. Sin embargo, a juicio de Gustavo Caviedes, funcionario ambiental del Distrito Metropolitano de Quito, este encauzamiento significa que, en tiempos de sequía, el caudal que se deja al río sea mínimo.
Para completar la fábula, el Pita constituye la frontera entre Rumiñahui y Quito. Y como en toda frontera, las tensiones existen. Sucede que las acciones o inacciones de ambos lados afectan al río. Por ello, las dos administraciones municipales pretenden equiparar su legislación para controlar de forma coordinada. Según Caviedes, el objetivo es manejar integralmente las subcuencas del Pita y San Pedro, no procurar soluciones puntuales. Y es que los ríos corren, y con ellos, los problemas. “Lo malo que suceda río arriba se acarreará en todito el curso”, como entiende María Cataña, oriunda de Píntag, que lo ha recorrido completo.
Los usos y usuarios del río Pita, como vemos, son múltiples. Desde fuente de agua potable hasta sitio de recreación, suministro de material de construcción, proveedor de agua de riego o sumidero inagotable de desperdicios. Pretender la recuperación de su marchita porción baja, otrora de admirable paisaje, hoy parece una quimera. Pero lo que queda vivo del Pita alto necesita –todavía se está a tiempo– un manejo responsable. Que si el Pita sigue sonando sea porque piedras trae, no porque trae basura y desolación
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*Juan Freile es biólogo y agroecólogo asociado a la Red de Guardianes de Semillas, la Fundación Numashir y la comuna Tola Chica. jfreileo@yahoo.com |
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