N° 55 - septiembre octubre 2010
 
 
 
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por Juan Fernando Andrade *

fotos Ivan Kashinsky

 

La demanda de 30 mil indígenas y campesinos del Oriente ecuatoriano contra Chevron-Texaco arrancó en 1993, en una corte de Nueva York, y tardó diez años en llegar al Ecuador. Es la primera vez que una petrolera norteamericana debe responder a las leyes de otro país. El proceso ha sido largo y podría extenderse durante varios años más. En teoría, para 2009 habrá un veredicto. Sea cual sea la decisión del juez, la parte que se vea afectada apelará con uñas y con dientes. Mientras tanto, la gente sigue ahí, alerta, recordando a sus muertos, consolando a sus enfermos, cuidando la esperanza que les queda como si estuviese hecha de oro puro. No es para menos. De muchas maneras, es lo único que tienen. “Los héroes reales de esta batalla son las personas que viven con cáncer, que pelean día a día contra sus enfermedades y las de sus hijos. Los héroes son los que han gastado todo su dinero yendo a visitas médicas”, dice Pablo Fajardo, abogado de los demandantes, cuando alguien pretende otorgarle todo el crédito.

Pablo nació en El Carmen, provincia de Manabí, “el 8 de julio del 72, pero en mis documentos consta el 8 de marzo del 73.” Nunca ha tenido tiempo para corregir el dato formalmente, pero le tiene sin cuidado. “Éramos diez hermanos, nueve varones y una mujer. Mis padres, agricultores los dos, vivían en condiciones económicas deplorables. Pasábamos de un lugar a otro, escapando de la sequía. Llegamos al Oriente cuando yo estaba en primer curso. Durante el día trabajaba en una empresa llamada Palmeras del Ecuador. De seis de la tarde a doce y media de la noche iba al colegio. Así estuve cuatro años y me gradué de bachiller en ciencias sociales”.

A Pablo lo echaron de Palmeras del Ecuador por reclamar mejores condiciones de trabajo y un alza de sueldos para los obreros. “Trabajábamos con productos químicos, sin protección y ganando una miseria. Hubo gente, espías, que nos perseguían a ver si estábamos armando un sindicato”. De las palmas, Pablo pasó a una empresa petrolera. “Hacía trabajos de recolección cuando había derrames. Limpiaba las líneas de flujo con machete, pico y pala. Me di cuenta que los derrames producían mucha contaminación ambiental, reclamé por eso, para que nos protegieran del petróleo en la piel y nos pagaran mejor. Me botaron de nuevo. No es muy bueno reclamar, parece”, sentencia sonriendo.

A los diecisiete años, junto a un grupo de jóvenes y campesinos, fundó el Comité de Derechos Humanos de Shushufindi. Al terminar la secundaria, estudió lo único que se podía estudiar en su pueblo. “Me metí en un instituto de sistemas porque no había más. Ahora por lo menos me sirve para escribir en mi computadora”. En 1996, sin trabajo en la petrolera, casado y apoyando económicamente a sus hermanos menores para que estudiasen, Pablo se daba el lujo de dedicarle todo su tiempo al Comité de Derechos Humanos. “El problema era el sueldo. Ganaba unos 300 mil sucres al mes, y cuando nos pasamos al dólar, mi sueldo pasó a ser de 45 dólares. La iglesia católica me buscó una beca para estudiar, a distancia, la carrera de ciencias jurídicas y derecho en la Universidad Técnica Particular de Loja. Ellos pagaban la matrícula y los libros. El resto de mis gastos los cubrían mis amigos del comité, haciendo la vaca”. Y como si eso no fuera suficiente, Fajardo fundó y dirigió durante sus primeros años una escuela para adultos analfabetos. Por esos días, las jornadas de Pablo eran maratónicas en toda la extensión de la palabra. “Me levantaba a las 03h30 de la mañana para estudiar, hasta las 07h00. Estaba en la oficina del Comité desde las 08h00 hasta las 12h00. De 12h00 a 13h00, trabajaba dando noticias en una radio, ahí aprovechaba para almorzar. A las 14h00 estaba de vuelta en la oficina, me quedaba hasta las 17h00 y luego preparaba las clases que daba en la escuela por las noches, de 19h00 a 22h00”. Así hasta el 2004, cuando terminó la carrera y empezó su tesis. Su año de práctica lo hizo como abogado del Frente de Defensa de la Amazonía, en 2003, y desde mayo de ese año, el mes exacto en que la demanda se trasladó a nuestro país, se sumó a los abogados de los demandantes. Para el récord: se graduó de abogado en el 2006. El proceso contra Texaco, la demanda ambiental más grande en la historia de este planeta, es su primer caso. El monto estimado que la compañía demandada tendría que pagar por gastos de remediación ambiental, social y desarrollo de programas de salud, oscila entre 7 y 16 mil millones de dólares.

Pablo forma parte de un equipo de abogados ecuatorianos y norteamericanos que trabaja con el apoyo de un bufete jurídico de Filadelfia. Un equipo pequeño de presupuesto recatado. En la otra esquina, está un prestigioso aparato de juristas especializados en Quito y Washington D.C., una alineación legal que, como todas aquellas relacionadas a las petroleras multinacionales, junta recibe millones de dólares al año.


En 1972, el mismo año en el que nació Pablo Fajardo, Texaco sacó del suelo el primer barril de crudo ecuatoriano y no se detuvo sino hasta después de dos décadas. Texaco admite haber echado más de 18 mil millones de galones de desechos tóxicos en tierra ecuatoriana mientras estuvo en el país. También reconoce que el suelo que absorbió los peligrosos residuos era el hogar de seis nacionalidades indígenas. Hablar del suelo es hablar de los desechos tóxicos filtrándose por la tierra, llegando a ríos, lagos y esteros en los que beben animales que se mueren y gente que vive enferma, que usa esa agua para bañarse y para cocinar porque no les queda de otra.

Mediante un proceso legal llamado Discovery, que exige al demandado entregar al demandante todos los documentos que guarden relación con el sujeto del litigio, los abogados del Frente de Defensa de la Amazonía tuvieron acceso a ciertos archivos de Chevron-Texaco donde se detalla, explícitamente, cómo se tenía que “ofrecer sobornos a los auditores” manejando informes “separadamente”. Existe un documento de 1972 en el que se explica a los empleados en Ecuador qué incidentes ambientales deben reportarse y cuáles no. Las indicaciones son, literalmente, “reportar los incidentes ambientales únicamente cuando estos sean conocidos por la prensa o el gobierno”, caso contrario “no registrar el incidente” y “destruir los reportes que ya existan”. Apartados como estos constan en documentos que Fajardo ha enviado a la corte, para que el juez conozca la naturaleza de ciertas prácticas de Texaco.

En diciembre de 2007, Pablo fue uno de los seis ganadores, de entre 7 mil participantes de 93 países, del premio Héroes de la cadena CNN. Ganó en la categoría Luchando por la justicia. Horas después de publicada la noticia, Chevron envió un comunicado de prensa a varios medios de comunicación. El boletín empieza así: “El reconocimiento a Pablo Fajardo por parte de CNN no es más que otro desafortunado ejemplo del ‘Fraude del Siglo’, en este caso perpetrado en los medios de comunicación por Fajardo y por sus compañeros abogados y activistas. Chevron no ve nada heroico en obstruir la justicia, fabricar y falsificar evidencias y ejercer una presión indebida sobre la Corte al instigar la interferencia por parte de funcionarios del Gobierno ecuatoriano en el juicio contra Chevron en Ecuador.” Lo leo en voz alta y Pablo, con una de esas risas que soltamos cuando no sabemos qué más soltar, dice, “¿te das cuenta?, ahora están diciendo que yo controlo a CNN”.

Acompañamos a Pablo y a Luis Yanza, coordinador de la Asamblea de Afectados por Texaco, durante un breve toxic tour, una visita guiada por las zonas afectadas por la actividad petrolera. Y vimos con nuestros propios ojos la huella: una laguna negra y espesa en medio del monte verde. Entonces escuchamos venir, en fade in, la lluvia. Nos guardamos en una camioneta doble cabina, empezamos a sudar, sobre nosotros un furioso aguacero que no pasó del cuarto de hora. Al salir, el sol insobornable caía sobre la laguna de petróleo, calentándola hasta el punto de cocción. La volvió un caldo que desprendía humo y olor a gasolina. Tuvimos que irnos porque el olor marea y produce náuseas. Nosotros pudimos escapar, quienes viven en los alrededores, no.

En Lago Agrio, Pablo va de su oficina a la corte montando en una bicicleta montañera a la que ya le están pesando los años y las horas de vuelo. En Shushufindi, “mi pueblo”, lo hace a pie, deteniéndose cada cinco minutos para recibir saludos, felicitaciones, abrazos, besos. “Pablito, ¿verdad que vamos a ganar?”, le preguntan. Fajardo no tiene ninguna duda. La gente le cree. Pablo no es un extraño que vive en Quito y viaja al Oriente de vez en cuando. Pablo es uno de ellos. En 2003 fue asesinado Freddy Valverde, “mi mejor amigo”, con quien fundó el Comité de Derechos Humanos de Sushufindi y la escuela para adultos analfabetos. Un año después, Wilson Fajardo, uno de sus hermanos menores, fue encontrado muerto y con el rostro desfigurado. Ninguno de los casos ha sido resuelto. Pablo y su familia recibieron amenazas de muerte cuando trataron de llegar al fondo del asunto. “Decían que iban a matar a nuestros hijos y a violar a nuestras mujeres”, me cuenta José, hermano mayor de Pablo y actual presidente del Frente de Defensa de la Amazonía. Tras el asesinato de Wilson la familia se desintegró; cada cual, incluidos los hijos de Pablo y su madre, cogió para su lado, por protección. Pase lo que pase, nada, nunca, volverá a ser como era.

Pablo dice que no le desea su juventud a nadie, “eso de no descansar jamás, de tener que sacarse la madre para poder estudiar. Que los jóvenes tengan tiempo para ellos, que bailen, que jueguen fútbol.” Lo que más le pesa es ver a sus hijos una vez cada quince días durante tres o cuatro horas, no más. “Estoy en deuda con ellos, y espero poder pagarles algún día, ojalá no sea muy tarde”. La causa de Pablo, que es la de los 30 mil ecuatorianos que defiende, se ha hecho carne en él y a veces parece que en ese cuerpo no entraran hombre y lucha.

El 14 de abril pasado, Pablo Fajardo y Luis Yanza fueron a San Francisco, California, para recibir el premio Goldman al mérito en la lucha ambiental. El Goldman es conocido como el “Nobel verde”; no se puede llegar más alto que eso. El galardón se entrega todos los años. Lo reciben héroes populares en cada una de las seis regiones habitadas del mundo. Antes de ir a la Casa de la Ópera, dar su discurso y recibir cada uno un ouroboros (la serpiente que se come su propia cola) de bronce, Pablo Fajardo y Luis Yanza dieron una conferencia de prensa en el hotel Fairmont, en el 950 de la calle Mason. A pocos metros de ellos, en otra sala de conferencias, David Samsom, vocero de Chevron, le decía a un grupo de periodistas que la compañía petrolera trató de ponerse en contacto con la fundación Goldman, pero “…a nadie le importó escuchar nuestro lado de la historia.” El martes 15 de abril, el diario San Francisco Chronicle puso en portada a los dos ecuatorianos y, en el interior, una página entera titulada “Cuando un ecologista no es amigo de la ecología”, pagada por Chevron y destinada a refutar el reconocimiento a Fajardo, Yanza y compañía.

Pablo nunca la ha tenido fácil. Se ha despedido, a la fuerza, de seres queridos. Ha tenido que quitarle horas al sueño y morderle pedazos a la vida para seguir en pie. “Me dedicaré a este tipo de luchas hasta que pueda respirar, de ahí, ya no sé”. No son pocos, ni débiles, los que quisieran cortarle el oxígeno a Fajardo. Según Michael Isikoff, de Newsweek, el influyente equipo de relacionadores de Chevron en Washington está presionando a la administración Bush para que retire las preferencias arancelarias al Ecuador en caso de una eventual condena a la petrolera. Esto quiere decir que el estado ecuatoriano tendría que ponerse del lado de la multinacional o asumir las consecuencias.

Supe del premio Goldman por Guadalupe de Heredia, de la Asamblea de Afectados por Texaco. Me lo contó muy emocionada y yo, acaso tanto como ella, le dije felicitaciones. Guadalupe me corrigió de inmediato: felicitémonos todos, este es un triunfo para el Ecuador

Nota del autor: Mi primer acercamiento a este caso fue a través de Pablo Fajardo. Meses después, traté de entrevistar a los abogados de Chevron-Texaco, pero fue imposible. Al conocer mi relación con Pablo me creyeron parcializado. No los culpo por sospechar. Mantengo mi intención de entrevistarlos algún día, talvez cuando sea público el primer veredicto.

*Juan Fernando Andrade es un periodista portovejense. Escribe para SoHo y Mundo Diners y mantiene un blog. Es guionista de cine y baterista de la banda Los Pescados. pescadoandrade@gmail.com




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