N° 52 Marzo - abril 2008
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Foto Joaquín Oyhanarte
Desde la terraza del lodge se domina el majestuoso río Napo con el Sumaco al fondo

Aprendiendo ecoturismo en Yachana

Texto Juan F. Freile

Yachana, en kichwa, quiere decir saber o aprender, y aprender, según la Real Academia de la Lengua, también significa adquirir conocimiento por medio de la experiencia. Algo así es lo que sucede en Yachana, un puntito en la alargada geografía del río Napo, a mitad de camino entre puerto Misahuallí y la ciudad de Coca. Yachana es el nombre de un “lodge”, un hotel de selva, que nació hace más o menos una década en las vecindades de la pequeña y macondiana comunidad de Mondaña.

Transcurrían los primeros años de la década de 1980. Un Douglas McMeekin, alto, seguramente rubio y soltero, compraba y vendía casas para mantenerse. De repente, le cayó una recesión económica en su nativo Kentucky, Estados Unidos, y la bancarrota le vació cada uno de sus bolsillos. Quebrado y todo, don Douglas prefirió probar nuevos aires, armó maletas y vino al Ecuador, específicamente al mítico Oriente de los ochenta. Su llegada primera, bajo el auspicio de la galopante industria petrolera, le abrió un surquito en el corazón por donde se filtró el verde selva. Douglas no salió más del Oriente.

Hacia 1992 las vueltas del destino le arrojaron en Mondaña, en un naciente proyecto de educación rural con el que UNICEF apoyaba a su joven Fundación para la Educación y el Desarrollo Integral (FUNEDESIN). Unos años después vino la implementación de un hospital que servía a 40 y más comunidades del sector y que ahora pasó a manos del Ministerio de Salud Pública. Al hospital le siguió Yachana Lodge, el hotel amazónico que hoy en día sustenta económicamente buena parte de los proyectos de la fundación (ahora llamada solo Yachana).

A este hotel llegamos un lunes brumoso luego de casi tres horas de navegar aguas arriba por el Napo desde la petrolera urbe de Coca. Nos recibió un florido e impecable jardín, un conjunto de rectangulares y bien uniformadas casitas –en su mayoría prefabricadas– y la curiosa mirada de media docena de niños kichwas. En las cómodas instalaciones de Yachana caben alrededor de 60 turistas, quienes tendrían que ser en extremo quisquillosos para quejarse de las comodidades que ahí les brindan. Camas confortables, comida gourmet, senderos de fácil recorrido, agua caliente en la ducha, electricidad las veinticuatro horas, guías expertos y amables como riobambeños y hasta internet inalámbrico, completan el “combo” de facilidades que hacen de Yachana un hotel de varias estrellas rodeado de selva amazónica.

Por suerte, la cosa no queda ahí. Un combo así de generoso tendría un elevado costo (es decir, impacto) ambiental si se lo montara a la usanza convencional de los hoteles de ciudad. Esa, gracias al cielo, no es la cualidad de Yachana. Invirtiendo lo necesario en recursos e imaginación, Yachana ha conseguido disminuir, y mucho, su impacto en el entorno.

Caminando por los alrededores con don Douglas y Juan Kunshikuy, guía de origen shiwiar cuyo verdadero nombre es Tzerem –pero lo “perdió” al momento de obtener su cédula de ciudadanía– encontramos dispersos varios paneles solares. Juntos, estos paneles aportan más de 700 watts de energía eléctrica, generando alrededor del 80% de la electricidad usada en Yachana. Si bien el costo inicial de instalar dichos paneles es alto (alrededor de doce dólares por watt), el ahorro a largo plazo, y especialmente la responsabilidad ambiental de hacerlo, supera con creces el monto invertido. Algo similar ocurría antes con el sistema de calentamiento del agua: un largo serpentín de cobre por donde corría el agua estaba cubierto con cascarilla de arroz y café que al descomponerse generaban mucho calor. Este sistema, que proveía suficiente agua para unos diez a quince bañistas, tuvo que reemplazarse por los ambientalmente “caros” calefones a gas por las exigencias de turistas acostumbrados a prolongados baños en abundante agua.

No es sencillo, dicen Douglas y Tzerem, mantener criterios estrictamente ambientales y satisfacer las demandas del turismo de alto vuelo. Lamentablemente, mucho ecoturismo tiene muy poco de eco y bastante de turismo masivo, de aquel que genera tantos problemas ambientales como aquellos que pretende remediar.

 

 


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