Viernes 11h00. Me bajo del bus 200 metros más allá, con la felicidad de volver a un sitio en donde amé la vida, como dice la canción de César Isella y Armando Tejada-Gómez. Entonces cruzo la costanera e ingreso por la elevada puerta amarilla y azul de caña, piedra de río y cadi. Paso el edificio de recepción, sala, cocina y restaurante, y me lleno los ojos con la impresionante arquitectura de la Hostería y Pueblo Ecológico Alandaluz, donde reina la caña guadúa.
Alandaluz nació hace unos 18 años. “Llegaron un grupo de foráneos de la Sierra y unos gringuitos”, cuenta Vicente Mero, habitante del contiguo pueblo de Puerto Rico. “Empezaron a desbrozar el monte dizque con la idea de venir a vivir, hasta que levantaron unas casas de moyuyo, caña y cadi”. Doña Tarsila Castro Murillo, nativa de Río Caña de Montecristi, hoy vecina de Las Tunas, los vio llegar y fue cargando varios sombreros de toquilla y mocora que había tejido recién, para vendérselos. Ellos, sin pensarlo dos veces, le compraron varios.
En ese entonces, Alandaluz apuntaba a ser un pueblo ecológico, un sitio donde las personas se integren en armonía con el ambiente. Así empezó y así ha transcurrido, aunque los caminos de la vida la hayan llevado al ecoturismo, su actividad primordial y sustento de todas las demás.
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