Nuestra
canoa discurre por retorcidos esteros franqueados,
de lado y lado, por murallas de centenarios
árboles de manglar, descifrando un laberinto
de canales inentendibles para el ajeno. En cada
vuelta nos sorprendemos con martines pescadores,
elegantes patos cuervo y desgarbadas garzas
que levantan el vuelo en cuanto nos ven venir.
Las rosadas espátulas, en cambio, como
ratificando la armonía de su lugar en
el paisaje, permanecen imperturbables en sus
verdes perchas.
Bajo la canoa, del gris reflejo emergen materializándose
de las mismas aguas, fugaces delfines, solo
para volver a desaparecer. En los invisibles
recovecos de esta galería marina aún
se refugian audaces piratas y nostálgicos
fantasmas compañeros de don Goyo y de
los personajes de los cuentos de José
de la Cuadra. No nos encontramos ni a mediados
del siglo XIX ni en remotas provincias abandonadas
por la conciencia de los hombres.
Estamos a escasos 45 minutos del Guayaquil del
siglo XXI, en la Reserva Ecológica Manglares
Churute. La reserva, que fue creada en 1979,
tiene el propósito de proteger tres sectores
claramente definidos: los cerros de Churute,
que se alzan abruptamente, como ajenos a la
planicie de la que se levantan; la laguna del
Canelón, que se ve atrapada eternamente
entre algunos de ellos y uno de los pocos remanentes
de manglar que quedan en la costa ecuatoriana.
Esta no es la primera iniciativa para proteger
el área. Ya en 1660, cuando todavía
habitaban la costa los indígenas chonos,
de los que ahora solo quedan grupos aislados,
los tsachilas y los cayapas, el virrey dispuso
medidas para evitar la tala indiscriminada en
las montañas de Bulubulu (actual cordillera
de Churute) de donde provenían los palos
de María usados para los mástiles
de la Armada Real. Actualmente, todos los cerros
que constituyen la cordillera se encuentran
protegidos desde la cota de 20 metros de altitud,
y con razón: alberga un bosque reconocido
mundialmente como “único’,
y a la vez más amenazado: el bosque tropical
seco ecuatoriano. Si bien es cierto que la vegetación
en la falda de los cerros se encuentra muy intervenida
y está en proceso de recuperación,
en sus cumbres, gracias a la dificultad de acceso
y al abrazo constante de la niebla, se alzan
todavía “bosques de garúa”,
con sus guayacanes de otros tiempos, prehistóricos
helechos y el desordenado adorno de orquídeas,
musgos y bromelias.
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No 5
de ECUADOR TERRA
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