Noviembre 1999
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
índice
segmentos fijos


ÚLTIMO NÚMERO

contenido


CLUB DE
SUSCRIPTORES


suscripción
museos socios
tarjeta del club

CONTACTO

 

 

 

 

Por Andrés Vallejo
Foto Jorge Anhalzer / Visualfund

Manglares Churute

En estos bosques, los últimos remanentes de bosque seco tropical, crecen especies de grandes árboles como el guayacán y el amarillo.

Nuestra canoa discurre por retorcidos esteros franqueados, de lado y lado, por murallas de centenarios árboles de manglar, descifrando un laberinto de canales inentendibles para el ajeno. En cada vuelta nos sorprendemos con martines pescadores, elegantes patos cuervo y desgarbadas garzas que levantan el vuelo en cuanto nos ven venir. Las rosadas espátulas, en cambio, como ratificando la armonía de su lugar en el paisaje, permanecen imperturbables en sus verdes perchas.

Bajo la canoa, del gris reflejo emergen materializándose de las mismas aguas, fugaces delfines, solo para volver a desaparecer. En los invisibles recovecos de esta galería marina aún se refugian audaces piratas y nostálgicos fantasmas compañeros de don Goyo y de los personajes de los cuentos de José de la Cuadra. No nos encontramos ni a mediados del siglo XIX ni en remotas provincias abandonadas por la conciencia de los hombres.

Estamos a escasos 45 minutos del Guayaquil del siglo XXI, en la Reserva Ecológica Manglares Churute. La reserva, que fue creada en 1979, tiene el propósito de proteger tres sectores claramente definidos: los cerros de Churute, que se alzan abruptamente, como ajenos a la planicie de la que se levantan; la laguna del Canelón, que se ve atrapada eternamente entre algunos de ellos y uno de los pocos remanentes de manglar que quedan en la costa ecuatoriana.

Esta no es la primera iniciativa para proteger el área. Ya en 1660, cuando todavía habitaban la costa los indígenas chonos, de los que ahora solo quedan grupos aislados, los tsachilas y los cayapas, el virrey dispuso medidas para evitar la tala indiscriminada en las montañas de Bulubulu (actual cordillera de Churute) de donde provenían los palos de María usados para los mástiles de la Armada Real. Actualmente, todos los cerros que constituyen la cordillera se encuentran protegidos desde la cota de 20 metros de altitud, y con razón: alberga un bosque reconocido mundialmente como “único’, y a la vez más amenazado: el bosque tropical seco ecuatoriano. Si bien es cierto que la vegetación en la falda de los cerros se encuentra muy intervenida y está en proceso de recuperación, en sus cumbres, gracias a la dificultad de acceso y al abrazo constante de la niebla, se alzan todavía “bosques de garúa”, con sus guayacanes de otros tiempos, prehistóricos helechos y el desordenado adorno de orquídeas, musgos y bromelias.

Lee el artículo completo en la edición No 5
de ECUADOR TERRA INCOGNITA

inicio - archivo - suscripción

CONTENIDO REVISTA 5

 

 

portada inicio archivo subscripción inicio portada archivo subscripción