N° 48 Julio - agosto 2007
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Foto Jorge J. Anhalzer / Archivo Criollo
Propuestas como la de lograr que ciudades como Guayaquil, severamente amenazadas por el calentamiento global, equilibren su emisión de gases de efecto invernadero, requieren el compromiso de todos sus habitantes ¿Seremos capaces de afrontar el desafío?

Lo que se viene y lo que nos toca ¿Cómo prepararnos para el calentamiento?

Texto Patricio Mena Vásconez

La cuestión del calentamiento global es más complicada de lo que podemos creer. No me refiero a que el problema en sí sea más complicado de lo que un ex vicepresidente del país más contaminante del mundo nos hace entender en documentales premiados. De hecho, comprender el núcleo del asunto es fácil: hay demasiados gases de invernadero en la atmósfera producidos por la industria humana, y el planeta se está calentando, lo que trae consecuencias nefastas.

No, a lo que me refiero es que, incluso habiendo entendido y aceptado la crisis, no sabemos qué hacer para no llegar al punto de donde el regreso sea imposible. ¿Se trata de cambiar drásticamente nuestra forma de vida para que la situación por lo menos se detenga, y quizá podamos regresar a un punto en el pasado? ¿O se trata de aceptar que éste ya no es el mundo en el que nacimos y que nuestra tarea (a más de dejar de calentarlo) es prepararnos y adaptarnos para una crisis? ¿Son estas alternativas excluyentes?

Para ir más allá de la obvia respuesta “hay que hacer ambas cosas”, primero debemos saber a qué bando pertenecemos. En este sentido, países como Estados Unidos lo tienen fácil: la cosa sí está clara, pues si dejaran de producir su contribución de gases de invernadero ahora, las consecuencias positivas globales serían notables en un tiempo relativamente corto. Claro que esta “facilidad” es espuria: una cosa es saber lo que hay que hacer, otra que haya las facilidades tecnológicas, los incentivos económicos y, sobre todo, el apoyo social, político y legal para realmente hacerlo. Pensar que todos los países industrializados, incluso los más progresistas, vayan a cambiar en poco tiempo y de manera radical su forma de vida para salvar al planeta, parece bastante idealista. Pero el caso de los países del Sur, como el nuestro, es de alguna manera peor: por un lado, tenemos poquísima responsabilidad del calentamiento, pero las consecuencias nos afectarán de todas maneras, y a veces de manera peor a lo que sucederá en los países industrializados. Por otro lado, al ser tan modesta nuestra contribución, si lográramos ser “carbono neutrales” o incluso “carbono negativos” (es decir, producir en balance cero carbono y hasta absorber lo que otros producen), pero sin que haya una respuesta similar en los países industrializados, el planeta en general no sentiría mucho alivio… Y si vamos bajando de escala, a la ciudad, al barrio y, finalmente, a la persona, la contribución que podemos hacer se va haciendo infinitesimalmente pequeña.

¿Qué nos queda? La respuesta a la disyuntiva original parece obvia: nos va a tocar a todos, absolutamente a todos, adaptarnos a las drásticas alteraciones que vendrán con el calentamiento global. Claro que éstas serán más radicales cuanto más nos demoremos. Más vale aceptar esto de una vez y enfrentarlo desde dos vías: cambiar lo más posible y lo antes posible, y a la vez prepararnos para lo que se viene. En el caso de los países “en vías de desarrollo” (que puede entenderse como “en vías de convertirse en productores de gases de efecto invernadero”, como ya lo son India y China), la parte “prepararse” es, por supuesto, mucho más pesada que la parte “cambiar”.

 

 




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