N° 43 Septiembre - octubre 2006
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Texto Juan Sebastián Martínez
Foto Iván Kashinsky

Volver a Oyacachi

Oyacachi, bajo la niebla de siempre, experimenta nuevas y complejas relaciones con el mundo exterior.

Conocí el poblado de Oyacachi a finales de 1997. Fui hasta allí para apoyar la investiga­ción que Jaime Camacho y Francisco Cuesta, unos estudiantes de conservación de recursos naturales, realizaban como trabajo final de su carrera. Lo primero que me llamó la atención en aquella visita fue el aspecto del pueblo: unas cincuenta casas levantadas al fondo de un enca­ñonado; todas bastante uniformes: pequeñas vi­viendas de madera con gruesos techos de paja. Pero en medio del conjunto, y frente a frente co­mo en posición de mutuo desafío, se erguían dos templos: uno católico y otro evangelista.

Como era fácil suponer, los evangelistas te­nían mucho menos tiempo en el poblado. No obstante, entre ambas religiones había ya una es­pecie de empate: la mitad del pueblo acudía a una iglesia y el resto a la otra. Supuse además que el protestantismo habría encontrado muchas dificultades para conseguir los primeros adeptos en aquella comunidad, pues se sabía que allí la fe católica estaba reforzada por un hecho histórico: la imagen de la Virgen del Quinche, que hoy re­posa en el santuario del mismo nombre, estuvo primero en Oyacáchi, donde permaneció desde 1591 hasta 1604; y se decía que las siguientes generaciones de oyacacheños recordaban ese evento con mucho orgullo.

Para el año de mi primera visita, a Oyacachi ya había como llegar en automóvil. Pero tan so­lo dos años antes no existía ningún camino carrozable para entrar o salir de ese lugar. Tal aislamiento y tan pocos habitantes, entre otras cosas, habían estrechado los lazos sanguíneos; en Oyacachi abundaban dos apellidos: Aigaje y Parión. Y casi todos sus pobladores los lleva­ban. Como ejemplo hipotético podemos pensar en que Juan Parión Aigaje se casa con María Ai­gaje Parión y tienen hijos Parión Aigaje, mien­tras los de la casa de al lado son Parión Parión y los de al frente Aigaje Aigaje...

Oyacachi entonces, además de ser una comu­nidad campesina, era una comunidad de sangre; no solo hacían lo mismo (todos en alguna medi­da trabajaban en el agro) y no solo vivían en ca­sas semejantes y hablaban la misma lengua (el quichua) sino que también eran parientes. El intercambio con los pueblos vecinos de los Andes y de la Amazonía era escaso. Y así ha­bía sido desde hace siglos, pero no desde siem­pre. Poco antes de la Colonia, la zona de las estribaciones orientales de los Andes que hoy pertenecen al centro-norte de Ecuador, es decir las estribaciones en donde se ubica Oyacachi, eran bastante pobladas y sus habitantes canaliza­ban los vínculos comerciales entre andinos y amazónicos, algo parecido, aunque en menor es­cala, debe haber ocurrido durante las primeras décadas coloniales, pero poco a poco se fue abandonando el sector hasta que quedó aislado. y así permaneció hasta la década de 1990.

Aunque el aislamiento nunca fue total, du­rante el largo período de aguda incomunicación el sentimiento comunitario debe haber crecido mucho, ya que es un fenómeno que nace y se ali­menta de las experiencias compartidas. En este caso, la experiencia de sentirse hermanados por la sangre, compañeros de jornada y extraños frente al mundo que contactaban durante sus es­porádicas salidas (por comercio, por medicina, por educación, por gestiones políticas).


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