N° 42 Julio - agosto 2006
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Texto Nicolás Cuvi
Ilustración: Cortesía FONSAL / Christopher Hirtz

Humboldt y el Chimborazo

Pintura del Chimborazo y su flora, del artista Rudolf Rechreiter (1870 - 1910).

Es junio de 1802 y un noble prusiano interesado en las ciencias, un médico francés aficionado a las plantas y un joven aristócrata quiteño ascienden por la montaña que entonces era considerada la más alta del mundo: el Chimborazo. Detrás han dejado el diminuto campamento base, las mulas, el arenal y los guías indígenas; sobre los glaciares del gigante andino, más tozudos que la férrea naturaleza, solo quedan los tres exploradores.

No llegan a la cumbre, aunque pueden verla. Por el mal tiempo y las falencias del equipo disponible en aquella época, allí termina el recorrido. Confundidos por el cansancio y la altitud, realizan sus precisas mediciones rápidamente. Se han aproximado a los 6 000 metros sobre el nivel del mar (msnm), batiendo el récord europeo de altura (que les durará poco, pues un par de años después un globo transportará aun hombre sobre los 7 000 msnm). El líder y patrocinador de la expedición, el prusiano Alexander von Humboldt, vanidoso hasta los huesos, reclamará para sí el prestigio de la hazaña, oscureciendo el mérito de sus dos compañeros.

Pero, ¿cuál es el propósito de esta extravagancia? ¿Por qué subir a las heladas montañas del equinoccio andino, reservadas para los indígenas apacentadores de ganado, cazadores y recolectores ocasionales, o buscadores del hielo glaciar? ¿Y por qué intentar una ascensión hasta sus propias cumbres, cuando no se tenía registro de que ser humano alguno las haya alcanzado?

Por un lado, los impulsa la gloria personal: ser los primeros en llegar hasta allí; y luego está el interés científico, el deseo de documentar con precisión la ubicación y altitud de los elementos del paisaje. Por entonces los altos Andes apenas habían sido explorados 70 años antes por una expedición geodésica franco-española (de la cual se recuerda sobre todo a Charles Marie La Condamine); pero en casos concretos como el del Chimborazo no pasaron la frontera de los 5 000 msnm, y además carecieron de instrumentos precisos como los que Humboldt había adquirido a un coste considerable en París.

La intención del grupo es medir con exactitud temperaturas, presiones y demás datos para construir su idea sobre la naturaleza del mundo, comparando las plantas, rocas y suelos de diferentes regiones. Subir a las montañas también es necesario para comprobar sobre el terreno las hipótesis acerca de la formación de la Tierra, el vulcanismo, los terremotos... Y en América, hasta esa fecha, ningún “afectado de amor por las ciencias” había observado desde las alturas, por lo que las bocas de los volcanes aún eran desconocidas.
Pero reconocer el mundo y realizar mapas detallados también tiene un interés político. Los reinos y repúblicas europeas están en plena expansión, deseosos de repartirse la tajada ultramarina que monopoliza España y, algo menos, Portugal.

 


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