N° 40 Marzo - abril 2006
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Texto Karina Paredes e Iván Kashinsky
Foto Iván Kashinsky

La Marimba, espíritu del pueblo esmeraldeño
continuación (2 de 2)

Petita Palma (sentada) conversa con Elena Benavides, una de sus ex alumnas, quien hoy es maestra de baile afroesmeraldeño en Bruselas.

Luego Petita recuerda a músicos como Remberto Escobar o bailarines como Elis Lerma o Manuel Martínez. Con que éste último montó las primeras coreografías que fueron llevadas a escenarios formales, aporte que catapultó las tradiciones esmeraldeñas a varios países del mundo. De hecho, se considera que el mayor logro de esta persistente mujer fue cambiar de escenario al conjunto de la marimba: de las calles donde se usaba como atracción ocasional para los turistas a los teatros, desde donde cruzó a otros países. “Los tambores son la voz de los negros. Por medio de estos tambores mandamos un mensaje a todos los negros del mundo.”

No obstante, Petita piensa que la declaratoria de Patrimonio Cultural fue nociva, ya que puso a la Marimba frente a los ojos del mercado: “cómo se revolcarán mis ancestros en sus tumbas al escuchar las músicas locas que se están produciendo desde que la marimba empezó a ponerse de moda… reggaeton marimba, perreo marimba…”

Y luego recuerda una leyenda sobre el primer contacto de la marimba con los otros pobladores esmeraldeños, los chachis: “Según contaba mi abuelo, cuando los Cayapas (que hoy se llaman chachis) escucharon sonar la marimba, el bombo, el cununo y el guasá corrieron pensado era el diablo que llegaba a acabar con todos ellos. La marimba sonó en el monte, se hizo la reina del monte. Entonces ellos corrían gritando «juyungo, juyungo, juyungo» («el diablo, el diablo, el diablo»).”

“Luego vieron que las aves volaban y volaban, pero no de susto sino de alegría, de escuchar esa música, porque ya tenían, además de la de ellas, música de la selva y del monte: marimba, cununo, bombo, guasá y voz”.

Negras tablas, negras manos

Otro personaje de la marimba es Papá Roncón, cuyo nombre oficial es Guillermo Ayoví. Actualmente habita en Borbón, una pequeña población al norte de Esmeraldas, hasta donde acudimos para escuchar sus historias.

Yo aprendí la marimba en el río Cayapas, en San Miguel. Entonces, en los momentos de ocio, negros y cayapas nos poníamos a hacer música”

Sus manos inquietas empiezan a percutir las tablas de chonta negra cosechada en luna menguante, para, mitad por experiencia mitad por conjuro, prolongar la vida útil de esta madera. Luego, su canción nos transporta hacia la selva, donde nació, inspirada en los relatos de tundas, tigres y transformaciones sobrenaturales.

“La marimba es una cosa que lleva el negro en la sangre. Cuando un negro oye el tambor siente que todo el cuerpo le vibra, porque esta marimba y estos tambores lo libraron de las cadenas…”

Lo mítico y lo cotidiano

Para Agustín San Martín, que está al frente de la Escuela de Música del Conservatorio Municipal de Esmeraldas desde hace tres años, para entender la música esmeraldeña hay que entender a su sociedad.

“En la provincia de Esmeraldas existe una tradición sobre la muerte: cuando un niño fallece se cantan los arrullos y cuando un adulto fallece se cantan los alabaos... Para el arrullo, un grupo de mujeres, más de seis, cantan acompañadas de percusión: de bombo, cununo, guasá y maracas. A veces existen velorios que duran dos días, igualmente pasan cantando ambos días”

Así se ayuda al alma del niño a llegar al cielo para que interceda por sus padres. El arrullo, que también se interpreta par acunar a los niños vivos, es alegre, mientras que el alabao es más bien triste.

“También se canta a las deidades locales como la Tunda, la Gualbura, el Ribiel, y otras diosas que están en desuso”.

 


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