Quien
se haya permitido caminar por las calles céntricas
de la ciudad de Esmeraldas, sentarse a la
sombra de los centenarios árboles que
adornan sus principales plazas, entrar en
sus salones de comida típica o subir
en los buses que la transitan coincidirá
conmigo en una cosa: ¡es una ciudad
musical! Hay música en cualquier rincón
de esta urbe. Y cuando las ciudades tropicales
se llenan de música, también
se llenan baile…
Fue precisamente al caminar por esas festivas
calles cuando decidimos conversar con la gente
que allí ha ligado su nombre al de
la marimba, una de las expresiones más
representativas de la provincia esmeraldeña.
La Marimba, como conjunto de instrumentos,
bailes y piezas musicales, fue declarada Patrimonio
Cultural Intangible por el Instituto Nacional
de Patrimonio Cultural del Ecuador el 13 de
enero de 2003. Su importancia como expresión
distintiva de la comunidad negra de aquella
provincia permitió la declaratoria.
Ahora escucharemos a tres personajes del mundo
de la Marimba:
Petita Palma, “la marimbera”
“Nunca
me hables del «baile de la marimba»,
en la provincia hay diferentes bailes típicos.
A veces se acompañan de la marimba,
bombo, cununos, voz y guasá . El instrumento
marimba ni siquiera está en todas las
piezas que acompañan a estos bailes.
Si alguien me dice «enséñeme
a bailar marimba», yo le digo «vaya
más allá…»”
Así responde Petita Palma, una mujer
que a sus 78 años vibra con la fuerza
y empeño de quien valora profundamente
las tradiciones de su pueblo.
“A mí me llaman la marimbera
y yo lo recibo como un gran elogio, porque
eso soy, a eso me debo”. Petita acepta
que haya un fenómeno musical y cultural
llamado Marimba. Lo que no tolera es que todos
los bailes que forman parte de ese fenómeno
sean llamados así, ya que darles un
solo nombre es negar su diversidad”.
En la ciudad de Esmeraldas, para cuando Petita
llegó, a finales de la década
de 1960, las fiestas terminaban con los cantos
y bailes tradicionales del pueblo negro de
esa provincia, pero éste era un espectáculo
para adultos.
Ella, que ya los conocía porque rondaba
los treinta años, empezó a formar
un grupo de bailarines y músicos con
niños y niñas de entre 6 y 10
años, a pesar de la resistencia de
los padres de los chiquillos.
Su grupo recorría a pie las playas
de Súa y Las Palmas, sumando nuevos
miembros en complicidad de la marea baja.
Entonces les revelaba los “secretos
del bambuco, el andarele, la caderona, las
aguas y carambas”, piezas musicales
de la tradición negra de esmeraldas.
“Todos los que andan tocando por ahí
alguna cosa es porque la han aprendido en
mi casa…” Y entonces nos habla
de su hijo Alberto Castillo, el innovador
de la marimba cromática o de dos teclados,
con posibilidades sinfónicas. Luego
nos señala el taller donde él
construye los instrumentos con los que todas
las semanas enseña a los muchachos
y muchachas de la Aldea S.O.S. de Atacames,
una institución que alberga a niños
desamparados.
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