N° 40 Marzo - abril 2006
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Texto Karina Paredes e Iván Kashinsky
Foto Iván Kashinsky

La Marimba, espíritu del pueblo esmeraldeño

La Marimba, que ha sido difundida como un mero espectáculo para turistas, busca un mayor reconocimiento como expresión del pueblo esmeraldeño.

Quien se haya permitido caminar por las calles céntricas de la ciudad de Esmeraldas, sentarse a la sombra de los centenarios árboles que adornan sus principales plazas, entrar en sus salones de comida típica o subir en los buses que la transitan coincidirá conmigo en una cosa: ¡es una ciudad musical! Hay música en cualquier rincón de esta urbe. Y cuando las ciudades tropicales se llenan de música, también se llenan baile…

Fue precisamente al caminar por esas festivas calles cuando decidimos conversar con la gente que allí ha ligado su nombre al de la marimba, una de las expresiones más representativas de la provincia esmeraldeña.

La Marimba, como conjunto de instrumentos, bailes y piezas musicales, fue declarada Patrimonio Cultural Intangible por el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural del Ecuador el 13 de enero de 2003. Su importancia como expresión distintiva de la comunidad negra de aquella provincia permitió la declaratoria.

Ahora escucharemos a tres personajes del mundo de la Marimba:

Petita Palma, “la marimbera”

“Nunca me hables del «baile de la marimba», en la provincia hay diferentes bailes típicos. A veces se acompañan de la marimba, bombo, cununos, voz y guasá . El instrumento marimba ni siquiera está en todas las piezas que acompañan a estos bailes. Si alguien me dice «enséñeme a bailar marimba», yo le digo «vaya más allá…»”
Así responde Petita Palma, una mujer que a sus 78 años vibra con la fuerza y empeño de quien valora profundamente las tradiciones de su pueblo.

“A mí me llaman la marimbera y yo lo recibo como un gran elogio, porque eso soy, a eso me debo”. Petita acepta que haya un fenómeno musical y cultural llamado Marimba. Lo que no tolera es que todos los bailes que forman parte de ese fenómeno sean llamados así, ya que darles un solo nombre es negar su diversidad”.

En la ciudad de Esmeraldas, para cuando Petita llegó, a finales de la década de 1960, las fiestas terminaban con los cantos y bailes tradicionales del pueblo negro de esa provincia, pero éste era un espectáculo para adultos.

Ella, que ya los conocía porque rondaba los treinta años, empezó a formar un grupo de bailarines y músicos con niños y niñas de entre 6 y 10 años, a pesar de la resistencia de los padres de los chiquillos.
Su grupo recorría a pie las playas de Súa y Las Palmas, sumando nuevos miembros en complicidad de la marea baja. Entonces les revelaba los “secretos del bambuco, el andarele, la caderona, las aguas y carambas”, piezas musicales de la tradición negra de esmeraldas.

“Todos los que andan tocando por ahí alguna cosa es porque la han aprendido en mi casa…” Y entonces nos habla de su hijo Alberto Castillo, el innovador de la marimba cromática o de dos teclados, con posibilidades sinfónicas. Luego nos señala el taller donde él construye los instrumentos con los que todas las semanas enseña a los muchachos y muchachas de la Aldea S.O.S. de Atacames, una institución que alberga a niños desamparados.


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