Pablo
Palacio (1906-1939) produjo una de las obras
más experimentales y encarnó
una de las biografías más desconcertantes
de la literatura ecuatoriana; los personajes
abismales y el estilo narrativo de sus cuentos
y novelas fueron (y siguen siendo) muy singulares,
como algunas de las peripecias que el autor
tuvo que encarar en vida.
Palacio se interesó por la literatura,
la filosofía, la política y
el derecho, y en todas estas áreas
obtuvo importantes reconocimientos. No obstante,
su ejercicio literario fue el que verdaderamente
lo trascendió. Sin embargo hay. Además
de sus cuentos y novelas, otra historia que
también nos llama la atención:
si biografía; en ésta se mezclan
algunos acontecimientos propios de la vida
de un intelectual ecuatoriano de los años
treinta con elementos siniestros y fantásticos.
El pequeño Pablo
Pablo Arturo Palacio nació en Loja
hace 100 años. Fue hijo de Agustín
Costa y Angelina Palacio. Ellos nunca se llegaron
a casar y Agustín no asumió
la paternidad de Pablo; entonces el niño
fue inscrito con el apellido materno. Angelina
fue a vivir a la casa de su hermano, José
Ángel Palacio, y llevó a Pablo
consigo. El dueño de casa los apoyó
incondicionalmente y se encargó de
los gastos de la educación de su sobrino.
Sobre los primeros tres años de vida
de Pablo, los textos biográficos se
limitan a retratar a un chiquillo retraído
que, según el promotor cultural Benjamín
Carrión (en un escrito de 1930), “no
daba señales de inteligencia, ni mucho
menos”.
Pera entonces los biógrafos coinciden
con Benjamín Carrión en la emergencia
de un suceso que, pienso, dota a esta historia
de una dimensión fantástica:
las palabras del pequeño Pablo ¡mágicamente!
surgieran “llenas de inteligencia”,
luego de un tremendo accidente que le produjo
una hendidura y 77 cicatrices en el cráneo;
inmediatamente el nuevo Pablito se empezó
a parecer a “una persona mayor. No balbuceó
nunca, no dijo medias palabras.”
Sostener que un golpe brutal transformó
la inteligencia de un niño no suena
demasiado creíble... Frente a esto
pienso que se pueden tomar dos caminos: intentar
establecer científicamente lo que en
verdad ocurrió, o tratar a la historia
como a una leyenda (es decir, pensar que en
esta hay algo de realidad y algo de ficción)
y así disfrutar de su relato como se
disfruta de cualquier frontera burlada por
la imaginación...
La misma actitud relajada se puede adoptar
frente a otros episodios que narran los biógrafos
sobre la vida de Palacio. Pero hay ciertos
sucesos que no pueden más que conmovernos;
por ejemplo, el acontecimiento que marca los
seis años de edad de Pablo, y que el
poeta Jorge Reyes cuenta en su artículo
Presencia y ausencia de Pablo Palacio (1943):
Otro día el niño es apresuradamente
sacado de su casa. Momentos después
mira pasar un cortejo fúnebre. Con
infantil curiosidad pregunta por el muerto
y le responden que es su madre. Lo inesperado
del suceso pone en tensión sus músculos,
aprieta sus labios, le agita el corazón
y pone niebla en sus ojos, pero el llanto
se queda dentro, se desliza suavemente hasta
lo más hondo de su ser y lo traspasa
de esa amargura irónica que no ha dejado
jamás.
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el artículo completo en la edición
No 39 de ECUADOR
TERRA INCOGNITA |
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