N° 39 Enero - febrero 2006
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Texto Juan Sebastián Martínez
Foto María Fernanda Le Marie

Pablo Palacio. Vida y obra

Solterón y aburrido, deberá tener una amiga que fue amiga de todos, conquistada a fuerza de acostumbramiento y a quien cualquier mequetrefe pudo llamar.

Pablo Palacio (1906-1939) produjo una de las obras más experimentales y encarnó una de las biografías más desconcertantes de la literatura ecuatoriana; los personajes abismales y el estilo narrativo de sus cuentos y novelas fueron (y siguen siendo) muy singulares, como algunas de las peripecias que el autor tuvo que encarar en vida.

Palacio se interesó por la literatura, la filosofía, la política y el derecho, y en todas estas áreas obtuvo importantes reconocimientos. No obstante, su ejercicio literario fue el que verdaderamente lo trascendió. Sin embargo hay. Además de sus cuentos y novelas, otra historia que también nos llama la atención: si biografía; en ésta se mezclan algunos acontecimientos propios de la vida de un intelectual ecuatoriano de los años treinta con elementos siniestros y fantásticos.

El pequeño Pablo

Pablo Arturo Palacio nació en Loja hace 100 años. Fue hijo de Agustín Costa y Angelina Palacio. Ellos nunca se llegaron a casar y Agustín no asumió la paternidad de Pablo; entonces el niño fue inscrito con el apellido materno. Angelina fue a vivir a la casa de su hermano, José Ángel Palacio, y llevó a Pablo consigo. El dueño de casa los apoyó incondicionalmente y se encargó de los gastos de la educación de su sobrino.

Sobre los primeros tres años de vida de Pablo, los textos biográficos se limitan a retratar a un chiquillo retraído que, según el promotor cultural Benjamín Carrión (en un escrito de 1930), “no daba señales de inteligencia, ni mucho menos”.

Pera entonces los biógrafos coinciden con Benjamín Carrión en la emergencia de un suceso que, pienso, dota a esta historia de una dimensión fantástica: las palabras del pequeño Pablo ¡mágicamente! surgieran “llenas de inteligencia”, luego de un tremendo accidente que le produjo una hendidura y 77 cicatrices en el cráneo; inmediatamente el nuevo Pablito se empezó a parecer a “una persona mayor. No balbuceó nunca, no dijo medias palabras.”

Sostener que un golpe brutal transformó la inteligencia de un niño no suena demasiado creíble... Frente a esto pienso que se pueden tomar dos caminos: intentar establecer científicamente lo que en verdad ocurrió, o tratar a la historia como a una leyenda (es decir, pensar que en esta hay algo de realidad y algo de ficción) y así disfrutar de su relato como se disfruta de cualquier frontera burlada por la imaginación...

La misma actitud relajada se puede adoptar frente a otros episodios que narran los biógrafos sobre la vida de Palacio. Pero hay ciertos sucesos que no pueden más que conmovernos; por ejemplo, el acontecimiento que marca los seis años de edad de Pablo, y que el poeta Jorge Reyes cuenta en su artículo Presencia y ausencia de Pablo Palacio (1943):

Otro día el niño es apresuradamente sacado de su casa. Momentos después mira pasar un cortejo fúnebre. Con infantil curiosidad pregunta por el muerto y le responden que es su madre. Lo inesperado del suceso pone en tensión sus músculos, aprieta sus labios, le agita el corazón y pone niebla en sus ojos, pero el llanto se queda dentro, se desliza suavemente hasta lo más hondo de su ser y lo traspasa de esa amargura irónica que no ha dejado jamás.


Lee el artículo completo en la edición No 39 de ECUADOR TERRA INCOGNITA


 


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