N° 38 Noviembre - diciembre de 2005
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Texto Juan F. Freile
Foto Luis Mazariegos

Don Fernando y los colibríes

La variación de formas y colores entre los sexos (dimorfismo sexual) es frecuentemente observado entre los quindes. Para muestra, el vivo color en el cuello del macho de Calliphlox mitchellii no está presente en las discretas hembras.

Hace varios años, cuando me encontraba en mis primeros curioseos en el entretenido mundo de la ornitología –el estudio de las aves–, me encontré con algunos nombres de investigadores que se repetían a cada momento en los textos que pasaban por mis manos: Grant, Chapman, Krabbe, Ridgely, Sclater… y seguía la lista de apellidos foráneos. Había, sin embargo, entre ellos, uno en nuestro idioma que destacaba por igual y que llamó mi atención. “Ortiz”, dije, “como el apellido de mi mamá... ¿dónde vivirá este científico?”

Y pasó el tiempo. Seguí adentrándome en el mundo de las aves y aprendiendo un poco más sobre mi tocayo de segundo nombre y segundo apellido; sobre Fernando Ortiz Crespo, un quiteño que, para entonces, era ya considerado una eminencia en zoología ecuatoriana.
Años después tuve la suerte de conocer a Fernando Ortiz, primero por unas cuantas visitas mías a su oficina en FUNDACYT (Fundación Ecuatoriana para la Ciencia y la Tecnología) y después porque fue mi profesor de Avifauna del Ecuador, una de las materias más gratas de mi travesía universitaria.

Cuando conversé por primera vez con Fernando quedé ciertamente aturdido. No sé si fue por la velocidad de sus palabras, por el incesante movimiento de sus manos al hablar, por su fuerte tono de voz o por los consejos que me dio, pero sé que me dejó algo mareado, aunque sin duda satisfecho de haber dado inicio a una amable relación de amistad ¡Creo que fue mi primer amigo contemporáneo a mi papá!

Luego, en clases, mi impresión seguía siendo igual. El maestro parecía siempre estar apurado, pero en realidad ese era su ritmo, motivado muchas veces por las ganas de contar anécdotas sobre lo que tanto le apasionaba, las aves. Y si de hablar de colibríes se trataba, pues entonces se le encendían los ojos, agitaba sus manos como quinde, de acá para allá, y no paraba de develar los misterios que envuelven a esas mágicas criaturas.

Y fue a esas mismas aves a las que Fernando dedicó gran parte de su vida de investigador. Sus aportes al saber científico de los quindes, no solo del Ecuador sino del continente, fueron sustanciosos. El vasto conocimiento que adquirió sobre éstos se resume en su mayor obra: el libro Los colibríes: historia natural de unas aves casi sobrenaturales. Este trabajo, grande en formato e inmenso en contenido, es el primer compendio completo en castellano sobre los colibríes (chupaflores, picaflores o como queramos llamarlos...).

Y es que Fernando llevaba a los colibríes en la sangre desde muy pequeño, desde cuando su madre les mostraba, a él y a sus hermanos, los quindes de su jardín en el Centro Histórico de Quito; aquellos que revoloteaban por las flores coloridas y que de cuando en vez se acercaban a numerosos vasos con agua azucarada que el padre de Fernando colocaba en unas pilastras en la azotea de su casa, como podemos apreciar en algunas fotografías que acompañan su libro.

Tanto le palpitaban los quindes a don Fernando que, años atrás, cuando en nuestro continente conmemorábamos los 500 años de la conquista ibérica, él publicaba un editorial en el Diario Hoy invitándonos a re-bautizar América como Tierra de los Colibríes o “Colibria” o como se llama a estas avecitas en las lenguas que se habla en el continente: quindi, huitzitzil, beija-flor, guanumbi, hummer, entre otros nombres.

Lee el artículo completo en la edición No 38 de ECUADOR TERRA INCOGNITA

 


 


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