N° 38 Noviembre - diciembre de 2005
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Texto Paola Viteri Dávila
Foto Archivo Blomberg

El tradicional cementerio de San Diego

Una escena cotidiana captada dentro del cementerio de San Diego por el fotógrafo Rolf Blomberg en 1947.

El cementerio de San Diego tiene 133 años de funcionamiento al servicio de los quiteños, compartiendo el pasado y el presente de una ciudad que cambia con rapidez. El camposanto conserva viva su belleza arquitectónica, y se caracteriza por poseer importantes mausoleos de estilo clásico, neoclásico, neogótico, barroco, neobarroco y ecléctico. También encontramos sarcófagos, catafalcos y lápidas de piedra tosca, mármol, andesita y piedra laja, con elementos neobizantinos, art nouveau y art déco.

Estas construcciones, que sobresalen por sus formas y materiales, fueron diseñadas por grandes artistas como Jaime Andrade, Pietro Capurro, Francisco Durini, Pedro Durini, E. Mariani, Luis Mideros y Antonio Russo Scudieri.

El cementerio de San Diego alberga tumbas de presidentes de la República, héroes de guerra, artistas, religiosos, intelectuales y demás personalidades de la historia del Ecuador. Este espacio ha sido testigo de los cambios surgidos en nuestras prácticas funerarias y en nuestro entendimiento sobre la muerte; sus estructuras testifican el establecimiento de nuevas costumbres y la desaparición de otras. Todo lo que está allí ha formado parte de las vivencias de la ciudad y del país.

La historia del cementerio de San Diego se inicia 17 años antes de la compra de su terreno y 21 años antes de su inauguración. El 2 de noviembre de 1851, la Hermandad Funeraria de Nuestra Señora del Rosario (actual Sociedad Funeraria Nacional), integrada por la Comunidad Dominicana, Franciscana y socios particulares, querían desarrollar un proyecto que, sobre la base de la suscripción voluntaria de afiliados, permita la compra de un terreno destinado a la construcción de un cementerio propio. Se deseaba construir un nuevo panteón para Quito, que resultara una alternativa al ya existente: el cementerio del Tejar.

De 1851 a 1868, se postularon dos terrenos para construir el cementerio, uno en la Recoleta de Santo Domingo y otro en la zona de San Marcos. Finalmente, el 22 de octubre de 1868 se adquirió el lote de la quinta cuadra de la plazoleta de San Diego, por 3 500 pesos de contado. Se adjuntó a la compra una casa de habitación, cercas para todo el terreno, un plantío de alfalfa y un indígena adscrito al fundo.

El terreno limitaba con la plazoleta de San Diego, un callejón junto a la entrada denominado “el camino del Cucho”, la iglesia de San Diego, un camino que llevaba a las parroquias de la Magdalena y Chillogallo, y las propiedades de las familias Zárate y Facundo Jijón y del presbítero Antonio Galarza. Adicionalmente, la Hermandad obtuvo el derecho de usar la cantera del Panecillo por dos años, posiblemente para acceder a materiales de construcción para mausoleos, urnas y otras construcciones.

El cementerio de San Diego abrió sus puertas el 21 de abril de 1872, con la bendición de fray Mariano Auz, de la Orden Mercedaria. La concurrencia a la inauguración fue masiva, y se destacó la presencia del Comendador de los Mercedarios, el Prior de Santo Domingo y el Guardián de San Francisco. Se ejecutaron marchas fúnebres a cargo de la banda del batallón número 1 y del padrino del evento: el coronel Manuel Santiago Yépez. Terminadas las solemnidades se dio sepultura a la señora María Benalcázar y Sambonino, primera persona en ser enterrada en aquellos predios.

Lee el artículo completo en la edición No 38 de ECUADOR TERRA INCOGNITA


 


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