Viajar
a Esmeraldas siempre fue un encuentro con
lo voluptuoso: el cálido clima, la
deliciosa comida, su gente bullanguera y activa,
la exuberancia de su vegetación, los
tibios ríos con los que el cuerpo puede
comulgar, sus playas... A los lados de la
carretera, pequeñas o grandes manchas
de bosque son el signo de la rica biodiversidad
de la región conocida como el Chocó,
que abarca desde la parte sur de Panamá
hasta el noroeste de nuestro país,
y donde la naturaleza, al parecer, se ha encaprichado
por desbordar vida.
Por aquí y allá se distingue
el esbelto pambil, de cuyo tronco hábiles
manos podrán sacar figuras artísticas,
y el profano aprovechará como parquet,
vigas y postes de eterna duración,
cuando no los necesarios puntales que impiden
el desgaje de la planta del banano ante el
peso de sus cargados racimos.
El chapil es otra palma que en sus racimos
y frutos contiene un aceite de especialísimas
cualidades, comparables nutritivamente con
el aceite de ojiva y en bondades medicinales
con el mejor regenerador de cabello, tal como
lo saben las indígenas quichuas del
Oriente, para quienes la ungurahua, que es
como la conocen en esas latitudes, es su primer
cosmético. La caña guadúa,
en densos grupos, retiene entre sus raíces
y troncos huecos el agua que servirá
para mantener una riquísima variedad
de seres asociados a estas ondulantes plantas.
En la selva, árboles de codiciada madera
como el guayacán, el sande, el chanul
o el tangará comparten territorio con
guabas, ceibos, bototillos, mientras el Fernán
Sánchez matiza el lienzo verde con
pinceladas rosa y escarlata.
Los incontables helechos, orquídeas,
anturios, lianas y bejucos encuentran infinidad
de soportes para desarrollarse y conformar
la red que sustenta la llamativa vida animal
de la que coplas, leyendas y canciones esmeraldeñas
dan buena cuenta, mientras las manos de numerosos
artesanos moldean el fruto de la endémica
tagua o las conchas y corales, frutos del
mar. Y cuando el viajero casi se acostumbra
a esta idílica imagen, de pronto surge
una colonia de gigantes, al parecer inacabable,
que lo transporta a lejanas latitudes. Se
trata de las inmensas extensiones de eucalipto
que han sido sembradas en los cantones de
Muisne y Atacames con el propósito
de hacer astillas de madera para la producción
de papel.
El engaño del eucalipto
Las excepcionales condiciones climáticas,
el apropiado suelo y la cercanía al
puerto de Esmeraldas, junto con el bajo costo
de la mano de obra y de las propiedades, llamaron
la atención de empresas que ya habían
trabajado exportando astillas de eucaliptos
provenientes de la Sierra ecuatoriana y propiciaron
en 1997 los primeros ensayos de plantaciones
con esta especie exótica en varias
localidades de la provincia verde y en la
de Pichincha.
Tres años más tarde, el Ministerio
del Ambiente dio a conocer con bombos y platillos
el lanzamiento del proyecto que reforestaría
extensas zonas “poco productivas”
entre las poblaciones de Súa y Muisne
y generaría fuentes de empleo, progreso
y desarrollo para la región, además
de estrechar lazos comerciales con el Japón.
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el artículo completo en la edición
No 37 de ECUADOR
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