N° 32 Noviembre - diciembre de 2004
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Texto Juan Sebastián Martínez
Foto Karla Gachet / Grupo Pentaprisma

Shamanismo entre los Shuar: entrevista a Alfonso Maigua, fuerza de montaña

Alfonso Maigua, uno de los shamanes más reconocidos de la provincia de Imbabura.

La Calera es una población que recibe a personas de todas las regiones del Ecuador necesitadas de una curación o “limpia” para sus enfermedades. Y es que, según se ha difundido, en este pequeño asentamiento viven varias personas que se dedican a la práctica del shamanismo.

Por las descuidadas calles de tierra de La Calera –ubicada en las afueras de Cotacachi, provincia de Imbabura– circulan transeúntes (la mayoría indígenas) que informarán gustosos sobre la ubicación de la casa de algún hombre o mujer que sepa curar las dolencias producidas por el mal de ojo –causado por envidia o por brujería– y otros quebrantos físicos ligados a lo sobrenatural y a lo espiritual. Es muy probable que los informantes, además de guiar al afuereño, le digan que, en tal o cual casa, vive un shamán.
Así llegamos hasta el domicilio de Alfonso Maigua, uno de los shamanes más reconocidos de su comunidad y de la provincia. Quienes lo visitan serán invitados a pasar a la sala y tomar asiento alrededor de una mesa en cuyo centro descansa una vieja herradura sobre un mortero.

De todos lo elementos de la sala de su modesta vivienda, dos salían de lo común: un pequeño espejo pentangular ubicado cerca del tumbado para ahuyentar a los malos espíritus y una imagen del Niño Jesús que, según don Alfonso, fue tallada por Caspicara y que ha permanecido en poder de su familia por varias generaciones.

¿Quién le enseñó las artes shamánicas?

Mi padre. También aprendí algo de mi madre. Ambos pertenecen a familias dedicadas al shamanismo. Desde muy niño vi cómo mi papá curaba a sus pacientes y trabajaba como su ayudante; él me explicaba todo, hasta que un momento dado, en mi juventud, ya me puse a atender mis propios pacientes. Igual había sido el camino de mi padre: su padre también curaba y también le enseñó sus conocimientos.

¿Usted trata cualquier tipo de enfermedad?

No. Hay enfermedades que deben ser curadas por un médico. Por ejemplo una apendicitis. Y también hay otras, como el mal de ojo, que solo pueden ser curadas por un shamán (o brujo, que es lo mismo). Cuando alguien tiene una enfermedad de estas últimas y va donde el médico mishu (el médico blanco o mestizo) empeora más rápido. Una persona debe probar con ambas formas de curarse.

¿Cómo son sus curaciones?


Cuando una persona está enferma, su energía está desequilibrada; está afectada por malas energías. Yo le vuelvo a equilibrar. Para eso siempre empiezo mis curaciones pidiéndoles que se bañen en una cascada. El agua de la cascada les quita parte de las malas energías. Luego les traigo hasta mi casa y aquí invoco a espíritus para que terminen de equilibrar la energía del paciente. Para esto utilizo mis instrumentos: amuletos o sustancias.

¿A qué espíritus invoca?

A varios: a los de nuestros dioses, como las Montañas (el Imbabura, la Cotacachi...). Les hago oraciones y la energía del paciente –y la mía– se van despertando y poniéndose listas para la curación.

¿Sus antepasados también invocaban a las montañas?

Sé que mi abuelo era católico y rezaba a Dios y a la Virgen para que sus pacientes se curen. Mi padre aprendió a hacer eso mismo, y le resultaba. Pero a la vejez se dio cuenta de que utilizando las mismas oraciones, pero cambiando el nombre de Dios por el de las Montañas los enfermos también se curaban. Él hacía eso, pero igual se consideraba católico e iba a misa.


Lee el artículo completo en la edición No 32 de ECUADOR TERRA INCOGNITA

 


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