No es el propósito de este artículo
–ni podría serlo– hacer,
en pocas páginas, un recuento de algo
tan vasto como el patrimonio arquitectónico.
Interesa más bien introducir al lector
en ciertos ángulos de un tema alrededor
del cual hay muchos lugares comunes, generalizaciones
y omisiones, que bien vale la pena poner sobre
el tapete.
Se ha hablado mucho, y con sobrada razón,
del patrimonio arquitectónico construido
antaño. En el caso del Ecuador, éste
se remonta a lo precolombino, que está
dentro de lo arqueológico (ver sección
correspondiente).
Las distinciones otorgadas por la UNESCO a
los centros históricos de Quito y Cuenca,
han contribuido a generar una cierta conciencia
en la sociedad acerca de la importancia del
viejo patrimonio; se han creado instituciones
dedicadas a velar por su rescate y mejoramiento.
Tal es el caso, en Quito, del Fondo de Salvamento
(FONSAL) y la Empresa del Centro Histórico
(ECH).
El patrimonio edificado consiste de un conjunto
de elementos arquitectónicos y urbanos
que han ido sumándose a través
del tiempo. Existe una primera generalización,
a menudo relacionada con la promoción
turística del patrimonio, al denominar
colonial al conjunto del patrimonio existente
en los cascos centrales de nuestras urbes,
lo cual es impreciso; bajo este membrete se
pretende encasillar productos que en muchos
casos no pertenecen a la Colonia, y el término
básicamente está siendo usado
como sinónimo de antiguo. Es una muestra
de facilismo e ignorancia, que subestima las
expectativas culturales de no pocos visitantes;
pudiera ser que corresponda a una desvergonzada
complacencia a un turismo light; esto, de
por sí triste, lo es más cuando
se comprueba que a menudo, entre ciudadanos
de acá, se escucha decir cosas semejantes.
Aquí cabe hacerse una serie de preguntas,
desde las elementales de orden cronológico
(¿Fue determinado edificio construido
durante el lapso referido?), hasta plantearse
ciertas distinciones preliminares entre la
arquitectura y el urbanismo de nuestras ciudades.
Una primera distinción entre urbanismo
y arquitectura nos enseña que en nuestras
ciudades antiguas, el primero es “más
colonial” que la segunda. El trazado
de los dos centros urbanos mencionados lleva,
efectivamente, la marca indeleble de lo colonial:
la cuadrícula o damero, representaba
en su momento una novísima idea de
orden, una utopía que por primera vez
se materializaría en América,
pues en Europa el trazado imperante de las
ciudades era de origen medieval, caracterizado
por una irregularidad supeditada a los accidentes
geográficos.
En este sentido, es en América donde
se pone a prueba lo que viene a ser un producto
de la razón, mediante la sujeción
del trazado urbano a la matemática
y a la geometría: la retícula
subdivide el espacio en fracciones regulares,
de aproximadamente ochenta metros. Los centros
históricos de toda América Latina,
poseen en la dimensión de su trazado
urbano, este contundente rasgo colonial.
Sin embargo, en estos mismos centros históricos,
la escena urbana, la imagen arquitectónica,
no es únicamente colonial. Esto varía
de ciudad en ciudad; en el caso de Quito,
pertenecen al periodo colonial el conjunto
monumental de iglesias y una considerable
cantidad de edificaciones civiles.
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el artículo completo en la edición
No 30 de ECUADOR
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