N° 29 Mayo - junio de 2004
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Texto Luis Chávez
Foto Pete Oxford y Reneé Bish

La ruta del hielo

Baltasar Ushca Tenesaca envuelve bloques en una mina de hielo como durante cientos de años lo hicieron sus antepasados en los Andes ecuatorianos.


El taita Imbabura está casado con Isabel Cotacachi, sin embargo tiene amoríos con la Cayambe. El muy descuidado nunca regala buena ropa a su mujer, por eso ella siempre está llucha; el Taita, en cambio, ha llenado el cuarto de la amante con vestidos blancos... Eh ahí que siempre luce sus glaciares.

Este mito se escucha en los pueblos Cayambis-Caranquis, al norte de los Andes ecuatorianos. En los siguientes párrafos voy a relatar la historia de los hombres fuertes que arrancan parte del vestido de la amada Cayambe durante la carrera más exigente que jamás haya visto: la ruta del hielo.

Cuando niño, en Ayora –mi pueblo– recuerdo haber escuchado varias veces sobre una competencia que consistía en ir al Cayambe a traer hielo. Se organizaban dos modalidades, una de velocidad y otra de peso. Todavía me parece ayer cuando escuchaba los comentarios de mis vecinos sobre cierto competidor que llegó a la meta con un pedazo de hielo de alrededor de 75 libras. “Es una hazaña”, decían. En aquella época, la energía eléctrica no había llegado a nuestras casas. Utilizábamos velas y lámparas de kerosén. No teníamos televisor y escuchábamos los programas radiales en un pequeño transistor a pilas. Ese era el contacto con el resto de la provincia, el país y el mundo.

Por ello, las palabras del locutor fueron mi único vínculo con la fabulosa competencia de los hieleros. Así me enteré de su existencia, así la viví año a año y gracias a eso, ya como adulto, cuando la carrera había muerto, me propuse reeditarla.

Un día en el colegio nos pasaron el documental de Los hieleros del Chimborazo1 y pensé en esos personajes perdidos en la historia y en el tiempo. Años más tarde, empecé a investigar sobre lugares con esa tradición.

El primero que visité fue Tulcán, donde hasta hoy existen personas que se dedican a esta actividad: suben al volcán Cumbal en Colombia y al Chiles en Ecuador, a traer hielo para elaborar los “cumbalazos” (refrescos de limón o tamarindo enfriados con el hielo de las cumbres) y venderlos en los mercados de la ciudad.

Bajando por los Andes, llegamos a Imbabura y encontramos los famosos helados de paila de Rosalía Suárez. Estos, en los inicios del negocio, fueron preparados con el hielo del Cayambe y del Cotacachi (que a principios del siglo XX tenía glacial). En aquella época, los indígenas traían cargas de hielo de volcanes y nevados para venderlas en las ciudades. Al igual que en Tulcán, los hieleros del Chimborazo viven hasta el momento de esta actividad. Existen familias enteras que suben periódicamente al volcán para extraer trozos de hielo, bajarlos y venderlos en el mercado de Riobamba o Guaranda.

Estas personas llegan a los glaciales con burros alquilados y atados de paja para envolver los gigantescos trozos de hielo y así evitar que se derritan demasiado pronto.

Una vez extraídos y envueltos, los pedazos son transportados por las bestias hasta los puestos de comercialización. En la ciudad de Cayambe se recuerda las caravanas que a mediados del siglo pasado iban a traer hielo al volcán del mismo nombre y lo vendían a la familia Padilla y Peralta para la elaboración de helados y refrescos.

Lee el artículo completo en la edición No 29 de ECUADOR TERRA INCOGNITA

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