Eduardo Estrella, mi padre, era un historiador
de la ciencia. No es fácil explicar qué
es lo que hace un profesional de esa especialidad.
Por eso, a veces cuando me preguntaban qué
es lo que hacía mi papá, yo me
limitaba a decir “es médico”
aunque sabía que no estaba diciendo toda
la verdad. Si alguien indagaba un poco más
y quería saber su especialidad, entonces
sí me tocaba explicar que mi padre era
de esas personas que gustaban de los archivos
y escribían libros sobre lo que allí
encontraban.
Esta descripción me parecía injusta
porque no podía transmitir lo emocionante
e interesante que puede ser la investigación.
Tardé años en encontrar una manera
atractiva de describirlo, hasta que un día,
mientras ojeaba una publicación suya
llamada Flora Huayaquilensis de Juan
Tafalla, me di cuenta de que podía equiparar
lo que hacía un historiador de la ciencia
con el trabajo de Sherlock Holmes.
Naturalmente, esta equiparación puede
parecer descabellada, pero, en realidad, los
procedimientos que utilizaba mi padre se parecen
a los de cualquier buen detective. Quien desee
descubrir un crimen debe hacer lo mismo que
hace un historiador, ya que el análisis
minucioso de las pistas y huellas, sumados a
la intuición, son los elementos que llevan
a cualquier tipo de descubrimiento.
Botánicos de la colonia
Remontémonos en el tiempo hasta las últimas
décadas del siglo XVIII. La Corona española
se veía amenazada constantemente por
el peligro de que sus territorios de Ultramar
fuesen invadidos por ingleses y franceses. Para
evitarlo, se decidió explorar aquellas
lejanas tierras y lograr así el doble
propósito de reivindicar su posesión
y, a la par, hacer un inventario de los recursos
naturales que podían ser útiles
en la industria, la medicina y el comercio.
Con este fin, se organizaron tres grandes expediciones:
la del Perú (1777–1788), la de
Nueva Granada (1783–1815), y la de Nueva
España (1787–1803).
Estrella, la F.P. y la F.H.
Hasta 1985, no se sabía que el botánico
Juan Tafalla también había emprendido,
por los mismos motivos, una expedición
a la Real Audiencia de Quito, realizada entre
1799 y 1808, y cuya obra fundamental se denominó
Flora Huayaquilensis.
En ese año de 1985, mi padre estaba en
Madrid investigando las expediciones científicas
enviadas por España a la Real Audiencia
de Quito. Todas las mañanas iba al Archivo
del Real Jardín Botánico y buscaba,
folio a folio, nuevos datos.
En el fondo documental de la llamada “División
IV” que correspondía a la expedición
de Ruiz y Pavón a Perú y Chile,
Eduardo Estrella encontró una gran cantidad
de descripciones de plantas cuya procedencia
correspondía a lugares pertenecientes
a la Real Audiencia de Quito. Y así lo
relató: “Al proseguir las observaciones
en el Archivo, era tal la evidencia de que al
menos por unos años el botánico
Juan Tafalla y sus compañeros habían
recorrido esas localidades que necesariamente,
pensaba, tuvo que haberse realizado una auténtica
expedición.” (Estrella, p. 32).
Los folios estaban numerados y contenían
las misteriosas siglas F.H. y se diferenciaban
de otros, que no correspondían a la flora
de la Real Audiencia, y que tenían las
siglas F.P. Aún no había nada
claro, pero había suficientes datos como
para considerar que estaba tras la pista de
algo importante...
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