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Por Andrés Baquero
Foto Jonathan Green

¿Por qué odiamos tanto a los tiburones?

Un tiburón martillo (Sphyrna lewini) en la isla Darwin, Islas Galápagos.

No entres al agua porque te puede comer un tiburón, le decía una señora a su hijo, mientras algunos turistas saltaban al mar como parte de un tour en la Isla de la Plata, dentro del Parque Nacional Machalilla. Al mismo tiempo, unos bromistas se divertían gritando a las demás personas: ¡cuidado tiburón, tiburón! y cantaban un característico tema de suspenso. En ese momento recordé innumerables ocasiones en las que tuve que presenciar actitudes similares, y aunque este comportamiento puede ser tomado como un simple juego o derivarse de la falta de información, en el fondo resulta preocupante.

Los tiburones siempre han sido considerados los villanos del océano: criaturas sanguinarias con dientes afiliados dedicadas a cazar y matar hombres a sangre fría. Aunque parte de esta descripción es real, ya que los tiburones sí tienen sangre fría y poseen seis sentidos que los convierten en grandes cazadores, también es cierto que las personas no son parte de su menú, como sí lo son algunos mamíferos marinos, tortugas, calamares, aves y otros peces.

Tal vez sea difícil de creer, pero de la totalidad de especies de tiburones conocidas (aproximadamente 390), menos del 9% son peligrosas para los humanos. Además, está comprobado que una persona tiene mayores posibilidades de ser alcanzada por un rayo que mordida por un tiburón.

Las investigaciones sobre el comportamiento de estos peces nos permiten entender que la gran mayoría de los incidentes con tiburones se dan por curiosidad animal. Para tomar algunos ejemplos, recordemos que los niños pequeños se meten cosas a la boca para probarlas y los perros identifican casi todo mediante el olfato. Por su parte, los tiburones muerden para saber con qué o quién están tratando y si es comestible o no. El problema es que, debido al tamaño y fuerza de sus mandíbulas, que pueden cerrarse unas 300 veces más fuerte que las de un hombre, y a sus afilados dientes que en ocasiones miden casi cuatro centímetros y pueden estar distribuidos en 60 hileras, una mordida por curiosidad resulta extremadamente peligrosa, aunque en ocasiones la víctima sea inmediatamente liberada por su mal sabor.

Los tiburones pueden escuchar un chapoteo a más de un kilómetro de distancia, oler una partícula de sangre en una piscina llena de agua y sentir las vibraciones de un pez herido a 200 metros, pero a pesar de estas armas de caza, los ataques a personas son muy pocos.

En el Ecuador únicamente se ha registrado un ser humano muerto a causa de la mordida de tiburón. Y hay que tomar en cuenta que en aquel incidente, más grave y funesta resultó la falta de atención médica que la propia herida causada por el escualo.

Sin embargo, estos animales continúan siendo una preocupación frecuente para muchos bañistas, aunque en realidad deberían preocuparse mucho más por no lastimarse con la basura de las playas que por un encuentro con tiburones: situación muy poco probable.

Lee el artículo completo en la edición No 23

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