Mayo - Junio de 2003
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Por Jorge Samaniego
Foto Pete Oxford y Reneé Bish

Jorobadas en el puerto

Cabeza de ballena jorobada. Nótese la presencia de cirrípedos con el cuerpo encerrado en una concha calcárea que se adhieren a su piel.

¡Ya están llegando las ballenas!, es la frase que desde el mes de junio de cada año se escucha con frecuencia en la pequeña población de Puerto López. Esto despierta sentimientos encontrados en los pobladores; a unos les llena de júbilo, a otros les preocupa, y al resto les es indiferente.

¿Cómo entender estos sentimientos? Para empezar, debemos comprender que Puerto López ha sido y es un puerto pesquero; actividad que se remonta a más de 1.500 años, en ese entonces practicada por quienes conformaron el señorío Sercapez (antiguo nombre de Puerto López), el cual perteneció a la gran confederación Manteña. Muchos de los pobladores actuales son descendientes de esta cultura; basta ver sus rasgos físicos para reconocerlo. En la actualidad Puerto López es una de las más importantes caletas pesqueras de la Costa ecuatoriana.

Considerando aquello, es fácil suponer que la pesca activa la economía de la comunidad, la que en su mayoría trabaja y se beneficia directa o indirectamente de ella, realizada principalmente en la zona de playa y en las 16 millas marinas colindantes.

En consecuencia, todo aquello que afecte al normal desenvolvimiento de la actividad pesquera es motivo de preocupación y rechazo.

Paralelamente, debido en especial a la amplia difusión nacional e internacional que se le ha dado al Parque Nacional Machalilla y a uno de sus recursos estrella: la ballena Jorobada, ha aparecido en escena un sector turístico que, aunque joven, se está desarrollando rápidamente, sobre todo en infraestructura privada: producto directo del incremento paulatino de turistas y visitantes a la zona. Este sector ha tomado como centro de sus actividades a Puerto López por tener una mejor infraestructura de servicios básicos que las comunidades cercanas.

Lamentablemente, el proceso de inserción de la actividad turística en la zona se dificulta por la falta de planificación y criterios técnicos. Los problemas giran en torno a factores sociales, culturales y de uso de recursos.

Tal es el caso de lo ocurrido en 1999, cuando a un inversionista extranjero le fueron aprobados los permisos para la construcción de un parador turístico en la parte sur de la playa. El hecho causó profundo disgusto en los pescadores artesanales, quienes se sentían afectados porque a ellos no se les habían otorgado permisos de ninguna índole para el uso de la playa, e incluso los habían desplazado. Pese al reclamo, la construcción se llevó a cabo.

Los pescadores se reunieron y formaron una multitud enfurecida que, durante una manifestación nocturna, trataron de incendiar la infraestructura turística, lo cual fue impedido por marinos y policías.

Al día siguiente empezaba el 1er. Festival de Observación de Ballenas Jorobadas. Estaban invitados importantes funcionarios del Gobierno y connotados inversionistas. Los pescadores, aún reunidos, decidieron boicotear el acto. La información llegó a oídos de los organizadores del festival. Ellos tomaron la iniciativa y convencieron a los pescadores de que, en lugar de utilizar la violencia, se incorporen a las celebraciones participando en un desfile que inauguraría el evento. Los pescadores accedieron.

Durante el desfile, fue notoria la presencia del sector pesquero, cuyos miembros presentaron pancartas con frases como: “La pesca nunca morirá”, “Nosotros somos la principal actividad económica de la región”, “El turismo y las ballenas son importantes pero nosotros también”, entre otras.

Lee el artículo completo en la edición No 23

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