Todas
las mañanas, estemos donde estemos, las
aves madrugadoras nos despiertan con sus cantos:
en la ciudad, en la montaña o en la selva,
siempre hay quien trine los buenos días.
Pero, como hemos visto los humanos desde el
inicio de nuestros tiempos, hay aves que no
despiertan con la luz del día, sino que
más bien escogen esa nueva hora para
empezar a descansar. Sí, por increíble
que parezca –porque personalmente admito
que así me parece– hay aves que
solo despiertan en la noche; aves exclusivamente
nocturnas.
Las sorprendentes aves de la noche están
envueltas en misterio. Por una parte, este misterio
es fruto de nuestro temor instintivo a la noche
y a lo que no podemos ver. Por otra, se debe
a que, pese a saber que las aves nocturnas existen,
conocemos muy poco sobre ellas.
En el mundo se han registrado alrededor de trescientas
especies de aves nocturnas, entre ellas constan
incluso algunas gaviotas, loros y garzas. Sin
embargo, las nocturnas por excelencia, es decir,
las que actúan únicamente por
la noche, son doscientas noventa. A ellas pertenecen
los búhos, lechuzas, chotacabras, medialunas,
entre otras.
Las aves nocturnas son unas verdaderas máquinas
de precisión visual, auditiva y hasta
locomotriz. Los búhos y lechuzas, por
ejemplo, poseen una visión y un oído
particularmente agudos. En la oscuridad de la
noche localizan con sus ojos enormes y certeros
ubicados en posición frontal (como en
los humanos), a sus presas (roedores, reptiles
o insectos), luego, con silenciosos y pausados
vuelos se aproximan para capturarlas sin fallo.
Su plumaje es liviano y suave, como terciopelo
fino, de ahí su capacidad de volar en
silencio, única entre las aves. Estas
aves constituyen importantes controladores naturales
de plagas, ya que se alimentan de ratones e
invertebrados.
Búhos y lechuzas son, además,
célebres por su solemne apariencia de
sabios. Como tales, son protagonistas frecuentes
de historias fantásticas en las que aparecen
como camaradas de magos y hechiceros o incluso
como los hacedores de magia y consejeros. Esta
reputación es fruto de la mezcla de algunas
características: la posición y
tamaño de sus ojos, su postura erguida
y elegante, la forma redondeada de su cabeza
y su admirable capacidad de girarla completamente
hacia los lados y hacia atrás, como quien
siempre mira fijamente a todo y sabe lo que
pasa a su alrededor.
El Tayo, en cambio, es la única especie
comedora de frutas que trabaja en la noche.
Localiza los frutos de palmas, aguacates y otras
plantas que los producen grandes y aceitosos,
con la ayuda de su fino olfato. Este lo distingue
de las demás aves frugívoras,
que normalmente se guían por la vista.
En Ecuador, los tayos son conocidos por un gran
sistema de cuevas que lleva su nombre y está
localizado en la provincia de Morona Santiago,
cerca de la frontera con Perú. Allí,
al igual que en otras cuevas y grietas de montañas,
los tayos viven en colonias numerosas que arman
tremendos alborotos cuando se las perturba.
Ellos constituyen además una fuente de
aceite comestible y combustible, que los hace
acreedores a un acertado nombre vernáculo
en las poblaciones indígenas: pájaros
de manteca.
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