Lunes 5 de marzo. Dejé
la bella tierra manabita. Al mediodía
me detuve en Manglaralto, ya en la provincia
del Guayas. Mientras almorzaba, un grupo de
jóvenes me comentaron que ellos suelen
viajar hasta Salinas en sus bicicletas y que
el recorrido les toma menos de tres horas, así
que tendría tiempo suficiente para llegar
antes que oscurezca.
Al dejar Libertador Bolívar, un pequeño
pueblo de pescadores en ruta a la península
de Santa Elena, se acercó un hombre de
unos 60 años y empezó a pedalear
junto a mí en su bicicleta, que parecía
tan antigua como él mismo, sin cambios
de velocidades, toda maltrecha, despintada y
quién sabe cuándo fue la última
vez que le cambió las llantas. Yo continué
mi viaje sin prestarle mucha atención.
Al rato la vía presentaba unas pocas
pendientes, así que supuse que mi condición
física, la diferencia de edad y de bicicleta,
dejaría rezagado a mi repentino acompañante;
pero tuve una gran sorpresa cuando en la cuesta
no solo que me dio alcance, sino que me sacó
hasta unos 300 m de ventaja. Con mucho esfuerzo
logré acercarme a él y empezamos
a conversar mientras pedaleábamos. Era
un comerciante de telas, que trabaja en esta
actividad desde que era un muchacho, “más
de cuarenta años”, según
me dijo. Recorre en su bicicleta desde La Entrada,
el primer pueblo de la provincia que aparece
en esta carretera, hasta Valdivia. En su vehículo
tiene adaptada una parrilla trasera donde transporta
su mercancía. En ese momento iba rumbo
a San Pedro, otro pequeño pueblo que
dista unos 10 km de Libertador Bolívar.
Me comentó que él casi nunca utiliza
autobús, que siempre que puede se moviliza
en su vieja bicicleta. Al separarnos me indicó
que el viaje hasta Salinas me debería
tomar menos de dos horas; eran las 14h30.
Desde San Pedro, la carretera es bastante plana
y buena parte del trayecto va paralelo al mar,
lo que haría pensar en un viaje placentero
y poco agotador; sin embargo, apareció
un factor que no había tomado en cuenta:
el viento. En condiciones normales debía
recorrer más de 20 km por hora, pero
con el viento en contra, que soplaba de sur
a norte, sumado a un sol abrasador y el calor
intenso, apenas llegaba a la mitad. La cantidad
de agua que ingería no era suficiente
para reponer la deshidratación que tenía
mi cuerpo. Finalmente, pasadas las 19h00 llegué
a Salinas, más del doble del tiempo previsto
por los muchachos de Manglaralto y por el comerciante
de telas de San Pedro. Estaba físicamente
deshecho, deshidratado y débil. Había
ingerido más de 8 litros de líquidos
y recorrido más de 120 km, dos nuevos
récords en mi viaje. Afortunadamente
encontré en casa a mi viejo amigo Pedro
Jiménez, un biólogo radicado en
la península desde hace un año,
ahora dedicado al estudio de los peces marinos.
Jueves 8 de marzo. La noche
de ayer la pasé en la parroquia Atahualpa,
a no mucha distancia de Santa Elena, en la que
podría ser la zona con menor pluviosidad
del país, razón por la cual la
vegetación en su mayor parte está
formada por arbustos y matorrales secos.
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No 20
de ECUADOR TERRA
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