Llega
la noche, y un búho llora con su nostálgico
canto a unos antiguos habitantes de estos páramos
que ya no se dejan ver. Las preñadillas,
los peces que poblaban estos ríos y lagunas
antes de ser desplazadas por la voraz trucha,
y los jambatos, esos torpes y simpáticos
sapitos que han desaparecido de todos los páramos
del Ecuador por alguna misteriosa razón.
Tal vez esa razón no sea tan misteriosa.
Todos los días vemos como se queman cientos
de hectáreas de pajonales; vemos como
la introducción de especies inapropiadas:
truchas, pinos, ecucaliptos, vacas, borregos,
degradan este diverso ecosistema; latas, botellas,
papeles y plásticos se acumulan en los
senderos y lagunas de nuestros páramos;
se construyen carreteras sin el más mínimo
respeto por el entorno….
Los
páramos juegan roles muy importantes
en el mantenimiento del agua que riega los bosques
subyacentes y que luego es transportada para
el abastecimiento en las ciudades andinas, o
acumulada para la producción de energía
eléctrica para todo el país. El
páramo del Ángel, junto con algunos
remanentes en el centro del país, son
los últimos relictos de este peculiar
tipo de páramo.
Son áreas con alta diversidad y especies
únicas, y representan un pequeño
porcentaje de los páramos ecuatorianos,
por lo que constituyen zonas prioritarias para
la conservación.
Del cuidado y respeto que pongamos en las actividades
que realizamos en ellos depende el que la oración
silenciosa y milenaria de los frailejones continúe
atravesando las nieblas del tiempo.
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