A
través de la niebla se distingue un infinito
ejército de religiosos cubiertos de sus
blancos y peludos abrigos. Son los frailejones,
revestidos de varias capas de pelos y microvellosidades
entre los que el aire, calentado por el sol
ecuatorial, queda atrapado evitando que se congelen
durante la noche. En los bosquecillos que forman,
de hasta cuatro metros de altura, se crea un
microclima único que sirve de hogar a
la peculiar fauna de la zona.
No es extraño que el súbito vuelo
de una perdiz sobresalte al caminante, o que
por el contrario, sea ésta quien reciba
la mortal sorpresa de encontrarse entre las
fauces de un lobo de páramo. Cada vez
más extraño, en cambio, es encontrar
al gran predador de los Andes: el puma, ahora
convertido en gran víctima de la insensatez
del hombre.
El suelo de este bosque está cubierto
por dorados mechones de paja, que no son otra
cosa que hojas que han adoptado esta forma para
evitar la pérdida de agua, y que se acurrucan
unas a otras para protegerse del frío.
En las partes más húmedas aparece
otro tipo de adaptación: aglomeraciones
de muchas especies que forman “almohadillas’
para conservar en su interior aire caliente
y humedad. Atisbando tímidamente detrás
de estos cúmulos se descubre el bulto
cálido y peludo de un conejo, perteneciente
a la única especie nativa del Ecuador.
Más seguros de si mismos, los quindes
brincan alegremente de flor en flor en un vuelo
frenético, batiendo sus alas más
de 100 veces por segundo.
Al alzar la vista se puede ver al curiquingue
o al quilico surcando el aire en busca de alguna
carroña dejada por los cóndores,
o de una de sus presas favoritas: ratones, guagsas,
culebras. El silencio que enmarca esta compleja
armonía se ve alterado por el canto de
los gligles que emprenden el vuelo anunciando
el atardecer.
La monotonía del paisaje es rota por
el majestuoso picacho del Chiles, reflejado
en hermosas lagunas de colores que parecieran
sacados de la paleta divina. Estas lagunas deben
su colorido a la mezcla de plantas acuáticas
sumergidas, grandes concentraciones de algas
y diversos minerales disueltos en sus aguas.
El tipo de plantas acuáticas presentes
cambia según la profundidad de las aguas;
así, las plantas resistentes al estiaje
crecen en los bordes de las lagunas que se secan
en el verano, mientras otras lo hacen en zonas
más profundas.
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