La
clave, de hecho, estaba en el mestizaje, y así
lo percibió Holinski: “Su piel
deja traslucir la presencia de la sangre africana
o india. Se diría que un rayo de sol
se ha complacido en dorarlas”.
Los relatos de viajes son, naturalmente, fuente
importante para el conocimiento de las relaciones
interétnicas en el Guayaquil decimonónico.
Las relaciones sociales en el Puerto resultaban
más fluidas que en otros lados de la
República, por el predominio de una mentalidad
“mercantil” que se abría
más democráticamente a la participación
de otros grupos, que prácticamente convivían
en las casas de los dueños de los negocios.
Un grabado basado en una fotografía y
publicado en la revista francesa Le tour du
monde, en 1883, muestra la variedad humana de
las tiendas guayaquileñas: “A lado
de la india descalza se ve a la mujer vestida
a la última moda de París, con
el matiz original que impone el clima”.
No obstante, el español Joaquín
de Avendaño hacía notar que el
gusto de las guayaquileñas en vestirse
bien, era generalizado: “Es muy común,
ver los domingos y días festivos, la
mujer del menestral o del simple jornalero,
rivalizar en su traje y preseas, con la del
acaudalado comerciante o del rico propietario.
Es toda ella gente alegre y de no muy austeras
costumbres…”.
La hospitalidad de los habitantes de Guayaquil
era quizá lo que más impactaba
al turista del siglo XIX. A su llegada, recibía
tarjetas de invitación de las jovencitas
de la burguesía guayaquileña,
una cortesía que era pocas veces desdeñada.
Según De Gabriac, viajero francés
que en 1866 visitó Guayaquil, sus compatriotas
eran “muy buscados” y su nacionalidad
resultaba “suficiente para hacerlos casar
con herederas”. “De simples empleados
de almacenes, llegados al país sin ningún
medio de subsistencia, se han casado con las
hijas de ricos hacendados, disfrutando de una
fortuna de dos o trescientas mil piastras, sin
que nadie encuentre en ello nada desproporcionado”.
El trato espontáneo de los guayaquileños
hizo que los extranjeros se sintieran cómodos
y en ocasiones optaran por quedarse. Su aporte
histórico es vital para entender la dinámica
de la economía ecuatoriana de finales
del siglo XIX y principios del XX; y su rápida
incorporación al medio es consecuencia,
en gran medida, del calor humano que recibieron
a su llegada a este entrañable puerto,
que siempre acogió a propios y extraños.
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