Septiembre de 2002
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Por Patricio Mena Vásconez
Foto Jorge J. Anhalzer / Archivo Criollo

La biodiverciudad de Quito

El convento de San Francisco de Quito alberga diferentes árboles y arbustos, algunas veces propios y otras veces adoptados.

Un pino de California junto a una araucaria chilena... Una palma canaria al lado de un eucalipto australiano... Un pumamaqui andino en el mismo parterre que un trueno mediterráneo... Una buganvilla brasileña compartiendo el suelo con un yuco de Chihuahua... Una magnolia gringa al lado de un cholán cholo... Un arupo lojano al lado de un caucho asiático.

En otras latitudes y altitudes, este espectáculo de diversidad solo se lograría en un palacio de cristal con clima controlado. Pero en la capital del Ecuador es lo más común. Basta ir a un parque o jardín grande, de esos que ya casi no hay, para constatar que lo anterior no es exagerado. Solo en árboles y arbustos, la cifra puede llegar fácilmente a 100 especies, y si empezamos a contar todas las plantas menores, el número puede llegar a ser enorme.

Por supuesto, no es la única urbe en el mundo que puede darse esos lujos. Cualquier ciudad y pueblo de las montañas ecuatorianas, colombianas, kenianas o de Nueva Guinea tiene (o podría tener) un muestrario significativo de plantas de latitudes dispares. Es que estar en las alturas tropicales, con un clima que se puede denominar “la eterna primavera”, permite que plantas de sitios muy distantes y diferentes crezcan bien juntas. Pero no del todo bien: por ejemplo, en los parterres de Quito hay sauces muy bonitos, pero que nunca dan flores, o platanes que le dan un aire otoñal a ciertas calles como la Calama, pero que jamás llegan a tener las dimensiones que alcanzan en Europa. Más que una eterna primavera, lo que hay en sitios como Quito es “todas las estaciones el mismo día”. Piensen en lo que pasa: unas madrugadas heladas (invernales), unas mañanas y tardes agradables (primaverales u otoñales) y mediodías calcinantes (veraniegos). Las plantas que crecen originalmente en sitios donde a lo largo del año hay las estaciones típicas, o en regiones donde siempre hace calor o frío, talvez no encuentran aquí el sitio perfecto pero sí hallan condiciones más que suficientes como para crecer y formar parte de los jardines, parques y plazas.

Así, aunque no sea de manera exclusiva, Quito tiene el honor de disfrutar, a lo largo de todo el año, de flores y follajes de prácticamente todo el mundo. Antes de la invasión europea ya deben haber existido jardines nativos con especies autóctonas y seguramente algunas provenientes de otros sitios. De Europa empezaron a llegar varias plantas. Aparte de algunas especies productoras de frutos, fibras, aceites o lo que sea (como olivos y vides), también la gente española debió haber trasladado algunas plantas que le recordaban a los jardines y plazas de su patria lejana. No existe, hasta donde conozco, un estudio detallado de la historia de las plantas ornamentales traídas a nuestras tierras, pero se puede especular que ya en esa época habría truenos, platanes y coníferas propias de tierras mediterráneas.

Conforme se fueron asentando las fortunas, varios de los millonarios de la época empezaron a diseñar y crear jardines al estilo europeo. Es interesante notar, por ejemplo, que el Parque Inglés, ahora en el norte de Quito pero hace tiempo en las afueras, debe su nombre a que, efectivamente, el dueño de la antigua hacienda San Carlos quiso reproducir en su propiedad un parque al estilo británico.

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