Julio de 2002
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Por Raul Guarderas
Foto Jorge J Anhalzer / Archivo Criollo

Nuestra Cultura Chagra

Va el chagra con su caballo criollo y paramero. El imponente Cotopaxi siempre atento a estos inseparables camaradas.

Reconozco la suerte de recibir mis herencias, las considero portadoras de una cualidad similar a aquella que fecundó los campos andinos; por eso valoro el privilegio de nuestra Sierra ecuatoriana cuando verifico la presencia de sus hoyas rodeadas de cerros y enriquecidas por los sistemas fluviales que vivifican su fertilidad. Algo me induce a encontrar, en este prodigio, cierta similitud a lo ocurrido con mis ancestros; con gusto acepto estas raíces al sentirlas correr por mi sangre. ¡Cuán feliz me siento al percibir las aportaciones genéticas recibidas de los quitu-caranquis y de los incas! Aprecio, al mismo tiempo, el efecto múltiple de las razas llegadas de España y sostenidas por troncos familiares nacidos de los viejos abolengos celtas, berberiscos, moros y demás generaciones latinas prestas a integrar este cuadro multiétnico.

Toda la fantasía de estos fenómenos fundidos con la realidad andina dio a estos parajes cierta vivencia mística, mítica y mágica; tres virtudes telúricas a las que se sumó la realidad equinoccial que, como un milagro, introducía la perpendicularidad de los rayos solares en el vientre mismo de la tierra. Esta variedad de incidencias reales e imaginarias dieron paso al establecimiento de la cultura “chagra”, palabra que se presume que viene de chacra (terreno donde se cultiva maíz). Se añade a esto la definición de “campesino rústico del altiplano del Ecuador”, presentada por Luis Cordero en su diccionario de términos quichuas.

Mis primeros contactos con las costumbres chacareras los tuve con Luis Yánez Reinoso. Él era conocido popularmente como el “Sordo” Yánez, quien aparte de ser un buen chalán, usaba la huasca con extraordinaria habilidad. En suma, este personaje se destacó mucho más por sus labores vaqueras que por sus trabajos agrícolas.

Ahora, el Sordo Yánez usa un aparatito que le sirve para corregir su sordera, pero hace de éste un uso muy cómico, pues lo conecta o desconecta de acuerdo con lo que quiere escuchar. “Cuando presiento que hablan boberías, yo me saco la cornetita”. Es así como un día apareció un desconocido que se unió a nuestro grupo y se presentó, mas el sordito no escuchó su nombre y le pidió que lo repitiera: “Yo soy Casimiro –le grito el recién llegado”. “Jo, jo, jo –se río Lucho– usted es casi–miro, en cambio yo soy casi–sordo”. Continúa este maestro con la calidad ejemplar que caracteriza al chagra legítimo: enamorador, contador de anécdotas, curioso, preocupado...

Lucho me acompañó siempre en el “Paseo Procesional del Chagra”, auténtico espectáculo criollo que tuvo su origen en Machachi como remembranza de la erupción del volcán Cotopaxi, ocurrida en el año 1877. Por ventura, de un modo milagroso, el gran Pasochoa y el Rumiñahui salvaron a los poblados de Tambillo y Machachi de sufrir los terribles efectos de dicho acontecimiento, producto de los enojos de la naturaleza. Los pobladores esperaron pacientemente a que la cúspide del volcán Cotopaxi se cubriera nuevamente de nieve y, cuando esto aconteció, optaron por realizar una gran minga ganadera, cuya misión era recoger, corralear y conducir a los lugares de origen a las reses, equinos y otros animales domésticos que se desperdigaron con el suceso.

Lee el artículo completo en la edición No 18 ECUADOR TERRA INCOGNITA

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