La
especie puede ser comparada con una célula,
una civilización, una religión,
un planeta o una estrella: todos tienen un origen,
se desarrollan hasta alcanzar un momento de
esplendor, luego pierden fuerza y finalmente
mueren. Este es un proceso natural; a lo largo
del tiempo se han producido cientos de miles
de extinciones, algunas masivas, como la de
invertebrados marinos durante el período
pérmico (hace 280 millones de años)
o la de la mayoría de dinosaurios en
el cretáceo (hace unos 75 millones de
años). Las especies que sobrevivimos
actualmente apenas somos alrededor del 5% de
todas las que han existido en la historia de
nuestro planeta.
Si la desaparición de especies es un
fenómeno tan común, ¿para
qué preocuparnos? ¿Por qué
tanto lío con las extinciones actuales?
Según estudios paleontológicos,
la vida de una especie varía entre los
5 y 10 millones de años, y la tasa de
extinción promedio ha sido de alrededor
de una especie cada año. Esto parece
ser lo normal; sin embargo, desde hace unos
pocos siglos, coincidiendo con la gran expansión
del hombre (y de la mujer), el número
de especies que desaparecen de la Tierra ha
aumentado considerablemente. Tanto así,
que sabemos que en los últimos 400 años
se han reportado 611 especies desaparecidas.
Este número es muy conservador; proviene
únicamente de grupos bien conocidos como
aves y mamíferos. ¿Cuántas
plantas han desaparecido en realidad? ¿Cuántos
insectos? Es imposible saberlo.
En el Ecuador conocemos muy poco de las especies
que tenemos (con excepción de algunas
que habitan las islas Galápagos). Aún
así, la Unión Mundial para la
Conservación de la Naturaleza (IUCN)
ya ha identificado a 117 especies de nuestro
país que están amenazadas con
la desaparición. Algunos ejemplos son
el armadillo gigante, el oso de anteojos, el
tapir de montaña, el delfín amazónico,
la nutria gigante, el manatí, el halcón
de Galápagos, el periquito de El Oro,
el caimán negro, el cocodrilo americano,
la iguana marina de Galápagos, la tortuga
pico de halcón y 23 especies de moluscos
de Galápagos.
Desde esta visión general, vamos ahora
hacia un grupo en especial: los anfibios. Estos
animales fueron los primeros vertebrados en
conquistar la tierra firme hace más de
350 millones de años y, aunque nos son
poco familiares (¿cuándo fue la
última vez que el lector vio un sapo?),
su papel ecológico en los bosques de
los trópicos y subtrópicos es
muy importante, ya sea como presa de serpientes,
aves o pequeños mamíferos, o como
comedor de insectos. Ranas y sapos han sido
también elementos simbólicos para
muchos pueblos indígenas de América,
en donde están asociados a las lluvias
(fecundidad y origen de la vida), la suerte,
el amor e incluso con las manchas lunares.
Sin embargo, parece que los primeros en llegar
a la tierra serán los primeros en irse.
Algunos ejemplos dicen todo: el sapo dorado,
Bufo periglenes, habitaba un pequeño
bosque nublado de Costa Rica. Los machos eran
de color naranja brillante (raro color para
un sapo) y las hembras eran oscuras y poco vistosas.
Los sapos dorados vivían enterrados durante
la época seca.
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