Septiembre de 2001
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Por Jean-Marc Touzet
Foto Pete Oxford y Reneé Bish

El recolector del Shiripuno
continuación (2 de 3)

Esta escena en el río Arajuno, tributario del Napo, es el común denominador en las poblaciones orientales, donde los ríos y quebradas son utilizados como botaderos de basura.

Al acercarse la canoa se zambullen ágilmente. Nos aproximamos al tronco donde, segundos antes, estuvo sentada la tortuga. Ahí, justo debajo de la madera, bloqueado por la vegetación, asoma un recipiente de plástico vacío, níveo, inmaculado, de un blanco sintético y agresivo que mancha definitivamente la armonía del entorno. De golpe, el equilibrio se rompió. Silencio en la canoa...

Paramos el motor y nos dejamos deslizar hasta llegar al palo. Me agacho y recojo el desperdicio. Lo boto con rabia a la punta de la lan- cha. ¿Por qué ahora, en este sitio? ¿Por qué en este momento predilecto debemos estar agredidos por la inmundicia de nuestra realidad?

A lo largo del recorrido por el río, esa misma tarde, ayudado por los huaorani y los turistas, recogí cerca de 40 envases, galones de agua, botellas de plástico vacías de marca conocida, botellas de anisados, fundas plásticas transparentes, de color, de distintas texturas y formas, envases de repelente de insectos, de bronceadores, de cremas hidratantes. Para todos los gustos.
A las 6 de la tarde paramos para armar el campamento en una playa de arena fina. Ahí también, encima de la vegetación contigua, un montón de basura nos espera: restos esparcidos de un campamento desarmado ayer o anteayer. Recogimos todo en fundas grandes, en silencio, y lo cargamos en la piragua.

El recolector de basura del río Shiripuno. Nuestra canoa se transformó en una triste imitación de este vehículo de utilidad pública que al sonido de la campana recorre las calles de las grandes ciudades del país.

¿Conocen ustedes este sentimiento de “vergüenza ajena”? Yo lo sentí en carne propia, y lo sentimos todos, esta vez, en medio del río Shiripuno, aguas arriba del Parque Nacional Yasuní. Los grandes ríos de la Amazonia ecuatoriana —el Napo, el Aguarico, el Pastaza— al filo de los años se han transformado en vía de tránsito de millones de desperdicios. ¡Viajen por estas aguas y verán si exagero! El plástico nada por donde sea, los montones de troncos flotantes y bloqueados en las orillas transportan los restos tangibles de nuestro consumismo. Hace mucho tiempo que los biólogos, los ecólogos, los naturalistas, han dejado de encontrar encanto alguno al navegar por estos ríos. Cuando conocí el Oriente, hace veinte años, podía aún gozar de un periplo por estos parajes sin ser agredido por plásticos y desechos de todo tipo.

Todavía muchas compañías turísticas operan a lo largo de estas riveras, obligadas a hacer abstracción de la polución fluctuante que impacta forzosamente a los viajeros de nuestra selva. Sin embargo, en poco tiempo estas empresas deberán optar por mandar a sus pasajeros por ríos pequeños, en busca de lo “natural”, de lo “puro”. Mi último viaje por el Shiripuno, en territorio de los huaorani, me hizo tocar con el dedo una triste realidad: la frontera de lo “natural”, de lo “puro”, se aleja cada día más. La contaminación invade los últimos espacios de nuestro entorno.

Pero, ¿quién abandona desechos a lo largo del río Shiripuno? Primero, los colonos ubicados cerca del puente de la vía Auca. Esta carretera maldita que profanó, sin control alguno, la inmensidad de nuestra selva, que permitió el ingreso de una población migrante que vive en condiciones más que precarias. A falta de cualquier infraestructura de recolección de basura, utilizan los ríos para deshacerse de sus desperdicios. Segundo, los propios huaorani, sedentarizados en las orillas en los últimos tiempos. Pobres ex habitantes “libres” de la selva, en pleno proceso de transformación de su vida, adoptan el modo de subsistencia “colono”, con sus taras y hábitos.

Tercero, y ahí va lo peor, algunas de las agencias de turismo situadas en Baños, Misahuallí o Coca. Agencias “piratas” la mayoría, que proponen “tours organizados” a precios rebajados, bajo el lema de viajes “ecoturísticos”, sin guías formados, sin autocontrol alguno, abandonan desperdicios por todas partes.

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