Septiembre de 2001
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Por Juan Manuel Carrión
Foto Pete Oxford y Reneé Bish

Agua, antigua divinidad de la humanidad
continuación (2 de 2)

Entre los pueblos indígenas de la Sierra y el Oriente el culto a las cascadas es extendido. Particular importancia tienen entre los Shuar donde es símbolo de vida y renovación.

Nuestra visión actual del valor y del significado del agua es, indiscutiblemente, muy diferente de la que nuestros antepasados tuvieron. El carácter divino que el agua tuvo en los pueblos aborígenes del Ecuador, por ejemplo, se evidencia en varias huellas rastreadas por la arqueología y la etnografía; botellas silbato diseñadas para que el agua que fluye en su interior produzca sonido, petroglifos y estelas ornamentadas con imágenes simbólicas de elementos relacionados con el agua y tradiciones milenarias como los baños de purificación en cascadas y lagunas sagradas.

El agua, en la actualidad, ha pasado de ser ese elemento arquetípico divino de la antigüedad a convertirse en una suerte de motor que mueve al mundo. La mayoría de los procesos industriales consumen muchísima agua. Por ejemplo: para la producción de un kilo de papel se utilizan hasta 700 kilos de agua y el agua empleada en el proceso de fabricación de un automóvil equivale a cincuenta veces el peso del vehículo.

Kofi Annan, el Secretario General de las Naciones Unidas, ante la crisis del agua que el planeta está viviendo nos advierte: “Para la su— pervivencia, el bienestar y el desarrollo socioeconómico de toda la humanidad es un requisito fundamental tener garantizado el acceso a un suministro suficiente de agua potable. Sin embargo, continuamos actuando como si el agua dulce fuera un recurso abundante e inagotable, cuando no lo es”.

Este vital elemento escasea dramáticamente en las regiones desérticas; en muchos países, como Polonia, el alto grado de contaminación de los ríos —el 75%— hace que su agua no se pueda utilizar ni siquiera para los procesos industriales, y en grandes metrópolis como México, el 80% del suministro de agua proviene de su nivel freático, que disminuye inexorablemente, pues la extracción supera el reabastecimiento en más de un 50%.

Ante tan alarmantes cifras nos preguntamos ya: ¿tendremos agua suficiente? Quién sabe si esta antigua divinidad de la humanidad, dominada y maltratada por los hombres, pase, en un mañana no muy lejano, a convertirse en un verdugo del apocalipsis y sea la manzana de la discordia que desate las guerras del futuro

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