Julio de 2001
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Por Jorge J. Anhalzer
Foto Andrés Vallejo E.

EL OCP

La Amazonía ha perdido mucho de sus bosques debido a la construcción de carreteras en las zonas petroleras.

Los alegres ritmos de las bandas de pueblo suelen acompañar estas ocasiones, las bocas encargadas de los discursos se llenan con palabras elocuentes y los pechos henchidos de fervor patriótico se encargan de arrojarlas fuera; mientras tanto, los cronistas recogen imágenes y frases aparentes para difundirlas.

En este estilo suelen inaugurarse —cortando la cinta tricolor— carreteras, puentes, oleoductos, canales de riego, autódromos, conjuntos habitacionales y demás íconos del progreso. El país entero va inundándose de obras que producen un extraño desarrollo, extraño digo porque a la postre suelen traer solamente exiguos beneficios, una ínfima parte de lo planeado o prometido. Hasta ahora, la bonanza del petróleo solo ha servido para armar una tremenda farra con poquísimos invitados.

Parecería ser que casi todas estas obras resultan bastardas; se conciben en un arrebato irresponsable e impulsivo, en un momento insensato al calor de la pasión personal. Después, ya nacidas como cualquier huairapamuscha, no tienen ni padre ni madre que se ocupe de ellas. Los baches, derrames y colapsos se inauguran al poco tiempo que estos huérfanos. Al rato, la magnífica apariencia que sirvió para engalanar a los "bienhechores" en las páginas de la prensa, da paso a la agujereada realidad donde las abundantes fallas aparecen y los "malhechores", abundantes también, hace tiempo han desaparecido. Entonces nos damos cuenta de que no hay con qué mantener la "obrita", pero vivimos resignados, maniatados y esclavizados a nuestra egoísta miopía. Preferimos, cada cantón de la patria, tener nuestro propio mal camino que nos cruce la cordillera, en vez de tener pocas pero buenas carreteras que unan las diferentes regiones.

Algunos concejales y demás entroncados, a sabiendas del trazo que llevará la eventual vía, se benefician de la enorme plusvalía al hacerse adjudicar tierras baldías y venderlas con camino de acceso. Los constructores ganan por metro de tierra removida y los madereros "limpiando la maleza" a los costados de la nueva vía, mientras los responsables gubernamentales del ambiente se satisfacen sembrando pintorescos e ineficaces letreros que rezan de mil maneras que "no hay que cortar los árboles".

Ya ese ritmo vamos lotizando el país, cruzándolo de obras que, mejor analizadas, no son más que las últimas estrategias para apuradamente vaciar la despensa. Así mismo, en el nombre del progreso y de la economía, nos lanzamos a la construcción de un nuevo oleoducto. Mientras los gringos, que serán lo que quiera pero probado lo tienen que no son ningunos tontos, mantienen unas reservas petroleras casi intocadas y compran la mayoría de lo que necesitan afuera, nosotros tenemos un ansia de rifárnoslo todo ahorita mismo. Quiera el destino que la ciencia progrese rápido y en el futuro próximo encuentre otro recurso energético que no sea el petróleo, que si acabado el nuestro nos toca comprarlo afuera, ya nos enteraremos los ecuatorianos lo que en verdad son los precios internacionales.

Pero aparte de la conveniencia o no de vender lo más rápido nuestro crudo, hay que ver lo difícil que es entender el afán de sacarlo por los pocos lugares bien conservados que nos van quedando, en este caso, un legado de la naturaleza en Mindo y sus alrededores cuidado por un puñado de verdaderos patriotas.

Lee el artículo completo en la edición No 13
de ECUADOR TERRA INCOGNITA

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