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Por María del Carmen Molestina y Paulina Terán
Foto Jorge J. Anhalzer / Archivo Criollo

Semana Santa

Los cucuruchos son los personajes más característicos de las procesiones de Semana Santa, como los de la fotografía en la procesión de Jesús del Gran POder en Quito.

La Semana Santa, conjuntamente con la Navidad, son las fiestas centrales del calendario litúrgico cristiano. En el mundo católico, es una época de recogimiento y respeto hacia las celebraciones establecidas por la Iglesia. Durante estas festividades, las andas y los penitentes se convierten en el centro de atención de los observadores. Sobre las andas van las imágenes religiosas, generalmente de tamaño real, vestidas en sus mejores galas y rodeadas de mucha pompa. Velas prendidas y flores crean una escenografía realista y tridimensional. Los penitentes y encapuchados son parte del cortejo, personificando el arrepentimiento y dolor de los pecadores terrenales y recordándonos así la razón de la muerte de Cristo. La Semana Santa es el momento culminante de la Redención y se la celebra en tres días: Jueves Santo, que conmemora la Última Cena y la institución de la Eucaristía; Viernes Santo, la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo; y Domingo de Resurrección.

Con Cristóbal Colón, la doctrina cristiana y sus celebraciones llegan al mundo latinoamericano. En la Audiencia de Quito las fiestas se cristianizan a partir del siglo XVI a través de la evangelización, a cargo de las Órdenes Mendicantes (franciscanos, dominicos y mercedarios). Los indígenas se convierten y son bautizados, dando inicio al criollismo cultural que surge como un híbrido de lo ancestral prehispánico y la realidad de la Europa renacentista. Así, como en España, las imágenes religiosas se pasean por las recién fundadas ciudades en los hombros de “costaleros”, pero que ahora van vestidos con los multicolores de la tierra. Se imponía una religión extraña, pero con celebraciones cargadas de detalles locales que les daban singularidad.

La celebración de la Semana Santa se inicia con la entrada de Jesús a Jerusalén. Mientras el Redentor en su burro cabalga sobre un camino tapizado de tallos y flores, los vecinos regocijados lo reciben con ramas de palmeras. Desde el siglo XVI, en nuestro mundo, el Domingo de Ramos se realizan actividades para celebrar este acontecimiento, entre las que destaca la confección de adornos de palmas. Con sus hojas se entretejen canastos, flores, mariposas o lo que se le ocurra al tejedor. Éste puede ser un niño o cualquier miembro de la familia, o bien un tejedor experto que venderá luego los ramos en los atrios de las iglesias, conjuntamente con el romero, el laurel, la flor del maíz y el incienso o palo santo que se queman durante los servicios religiosos. Dentro de las iglesias, el movimiento de las palmas, los adornos que penden de ellas y el aroma de las hierbas aromáticas contribuyen a una de las más alegres y vistosas celebraciones litúrgicas del año. Al término de la misa, los ramos bendecidos son colocados en algún punto importante del hogar para que éste sea protegido. El romero y el laurel se guardan para ser quemados y utilizados en la preparación de la primera comida del año, especialmente en el arroz de cebada, para que no falte el sustento.

Para la comunidad negra, el ritual y el rito se entremezclan con los elementos del medio ambiente.

Lee el artículo completo en la edición No 12
de ECUADOR TERRA INCOGNITA

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