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Por Josette Moncayo
Foto Andrés Vallejo

Pululahua

La caldera del volcán Pululahua es una de las pocas habitadas y cultivadas por seres humanos. Al fondo se ve uno de los innumerables domos que conforman la caldera, mientras que en primer plano se aprecia un poco de la peculiar flora de la reserva.

Por debajo del túnel formado por las atiborradas ramas de la vegetación que crece de lado y lado, transcurre el camino hacia el inmenso cráter. No puedo imaginar una entrada más propicia a este insólito mundo dentro de una caldera, peculiar entre otras cosas por ser una de las pocas habitadas en el mundo. Insólito también es el personaje que nos recibió. Unos ojos cálidos y amables que apenas se veían entre el copioso ropaje anunciaban a Segundo Chipantasea, guardaparques y comunero de estos parajes. Con una sencillez que estremece a los habitantes de las ciudades nos dio la bienvenida: “Buenos días, aquí comienza la Reserva Geobotánica Pululahua”.

El Puluahua es un complejo volcánico ubicado en el ramal occidental de los Andes, a tan solo 14 kilómetros al norte de Quito. Sus 3.383 hectáreas incluyen la caldera y los diez domos volcánicos que la encierran o que son contenidos por ella. Las paredes cubiertas de vegetación que forman el cráter conceden una abertura hacia el occidente, impidiendo que se represe una laguna como en el caso de Cuicocha o del Quilotoa, y posibilitando así los asentamientos humanos desde tiempos precolombinos.

El actual asentamiento comienza cuando a principios del siglo XIX los dominicos y algunos moradores de las cercanías se instalaron en el cerro Reventazón. Más que reventar, el cerro se desmoronó, obligando a sus pobladores a desplazarse hacia el interior de la caldera. En la reforma agraria de 1964, la hacienda que había sido de los dominicos fue repartida entre los habitantes del cráter, de los que ahora solo diecinueve conservan sus terrenos. Los demás los han vendido paulatinamente, y en la actualidad existen muchos propietarios venidos de otras ciudades y hasta de otros países, quienes viven allí o, como es el caso de Rolando Vera, vienen a disfrutar de la tranquilidad del lugar durante los fines de semana.

La mayoría de los jóvenes se han ido a la ciudad, pero los más viejos todavía se aferran a sus cultivos y a sus animales. Las nuevas opciones que podría dar la reserva se ven coartadas por la inoperancia estatal y el esquema centralizador de los recursos que, a excepción de Galápagos, opera para las áreas naturales. Un ejemplo de los problemas que presentan las decisiones centralizadas es la que se adoptó para establecer las tarifas de entrada a las reservas. Se impuso un costo para extranjeros de US$10 a todas las áreas nacionales, sin tomar en cuenta las peculiaridades de cada una. Lo que en áreas más grandes en las que los turistas pasan dos o tres días significó un aumento en los ingresos, en áreas como el Pululahua simplemente significó que los turistas dejen de ir. Ante esta realidad, la reserva por su lado rebajó esa tarifa a la mitad. “Y es muy justo”, dice don Segundo. “Los turistas no reciben ningún servicio que justifique el pago, a mí me da pena cobrar”. Además, los pocos ingresos que la reserva tiene no son reinvertidos en el sector. Como nos cuenta otro gurdaparques, “los 20 a 30 dólares por semana, a veces hasta 50, que se recaudan, se los lleva el jefe de área al Ministerio de Finanzas y de ahí quién sabe a dónde se irán.

Lee el artículo completo en la edición No 12
de ECUADOR TERRA INCOGNITA

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