En el Jardín Alado, muchas personas han visto de cerca por primera vez un águila, un halcón o una lechuza. Es una experiencia conmovedora. Muchos se intimidan por las miradas penetrantes y afiladas garras de estas aves. Ellas necesitan matar para vivir, y eso evoca, de alguna manera, nuestro instintivo temor a la muerte.
¿Cómo perderse la oportunidad de mirar a pocos metros el controlado vuelo de un gavilán de alas castañas o de una lechuza de campanarios, o sostenerlos en una mano enguantada? El Jardín Alado alberga 32 aves rapaces y 36 individuos de otros grupos (principalmente loras, pericos y guacamayos), todos ellos recuperados de la tenencia y tráfico ilegal de vida silvestre, o rescatados tras accidentes provocados por los humanos (intentos de cacería, atropellamientos, choques contra infraestructuras...). Allí se las rehabilita, mantiene y, en la medida que sea posible, se procura su liberación en ambientes silvestres. Hasta la fecha han logrado reinsertar 320 aves a su hábitat natural. Estas liberaciones incluyen pichones que fueron criados con todas las precauciones para evitar que aprendan a depender de seres humanos para su alimentación.
Ahora, el Jardín Alado está preparándose para su relanzamiento. Como sucedió con muchos emprendimientos particulares, la vigente crisis sanitaria y económica estremeció las bases de este albergue de vida silvestre. En alianza con otro centro de recuperación de fauna, el Jardín Alado está en mudanza y adecuación de su nueva casa. La meta es abrir otra vez sus puertas hacia principios de septiembre, por lo que invitamos a nuestros lectores a mantenerse alertas.
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