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Por Paúl Tufiño
Foto Andrés Vallejo

Cuyabeno

Atardecer en Zancudococha, hábitat ideal para algunas especies consideradas en peligro dentro del Ecuador, como por ejemplo el manatí y el delfín amazónico.

Actualmente la zona forma parte de la Reserva de Producción Faunística Cuyabeno. En 1979 el gobierno militar creó, a través de un solo decreto, una serie de reservas en la Amazonía (Sangay, Cuyabeno y Yasuní). Ésta fue la estrategia escogida para mitigar los efectos ambientales de la expansión del propio estado a través de la industria petrolera. Aunque no es difícil imaginar qué hubiera sido de los bosques nororientales sin la Reserva Cuyabeno (como indicación, tomemos la desaparición del 95% del bosque de la costa), la estrategia aparece insuficiente para frenar la voracidad de una sociedad obsesionada con el crecimiento, el consumo y el confort.

La primera vez que visité el área fue hace casi once años, cuando hacía un estudio sobre arañas sociales. Nunca olvidaré la impresión que me causó dejar el río Cuyabeno para ingresar en la Laguna Grande. Un paisaje amplio, diáfano, fresco se abrió ante mí repentinamente, como una ironía. Y es que lo que se me ofrecía no concordaba con las imágenes que yo tenía de la Amazonía, adquiridas en mis visitas a otras zonas y, claro, influenciadas por las representaciones colectivas de la región: monótonas extensiones de bosque inhospitalarias a la vida humana, selvas “vírgenes” e inmutadas desde los tiempos de la creación, hordas de salvajes con características de niños y de monstruos...

En Cuyabeno se me revelaron otras facetas de la Amazonía. En lugar de un vasto bosque uniforme encontré una gran diversidad de paisajes: el bosque inundado por aguas negras, un verdadero té de hojas de selva, que forma el complejo lacustre del Cuyabeno; el imponente río Aguarico con sus rápidos y sus bancos de arena arrastrada desde los Andes; los laberintos acuáticos del río Lagarto donde los delfines juegan a las escondidas; la majestuosidad de Zancudococha, la laguna más grande de la Amazonía, oculta tras una barrera de palmares pantanosos. También hay tierras altas, tierras secas, donde desde hace centurias se asientan poblaciones humanas para cultivar yuca y maíz o para cazar.

Al contrario de lo que comúnmente percibe un forastero, estos bosques han sido modificados sustancialmente por la actividad humana desde mucho antes de la llegada de los españoles. Se piensa que la gente Omagua que habitaba estas tierras en épocas precolombinas lo hacía en asentamientos mucho más densos que los que encontramos ahora. Durante siglos y hasta el presente la agricultura itinerante, el fuego utilizado para abrir las chacras, la recolección de frutos, la creación de huertos y la relocalización voluntaria de especies constituyen una parte fundamental de la dinámica del bosque, incluso contribuyendo a su diversidad.

Los pueblos que aquí viven tampoco tienen un pasado estático, ni pertenecen a la edad de piedra como frecuentemente se los figura. Cada uno tiene una historia particular de interacción con la naturaleza y con otros pueblos a través de la cual ha ido moldeando su cultura. Por las características del medio y de su sistema de creencias, los pueblos Amazónicos se caracterizan por una gran movilidad, ocupando sucesivamente diferentes territorios.

Lee el artículo completo en la edición No 10
de ECUADOR TERRA INCOGNITA

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