N° 38 Septiembre - octubre de 2005
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Por Eduardo Almeida
Foto Eduardo Almeida Reyes

El Señorío de Tacames

La provincia de Esmeraldas lleva el nombre de una piedra preciosa que, curiosamente, hoy no se extrae ni allí ni en el resto del Ecuador. No obstante, en los territorios que hoy pertenecen a esa provincia alguna vez sí se lo hizo, especialmente en tiempos prehispánicos.

La primera ocupación en aquellos territorios es la de la cultura Tolita Temprana, que tiene una antigüedad de 700 años a.C,. La joyería de ese grupo humano ya incluía la esmeralda, al igual que en el 300 a.C., cuando se inicia el estilo alfarero Tolita que alcanza su mayor expresión artística en el año 200 a.C., épóca en la que s levantaron centenares de plataformas de tierra, montículós circulares de uso funerario, y se desarrolló el arte de la orfebrería, particularmente en la isla de La Tola, ubicada en la desembocadura del río Santiago.

En este tiempo y en los siglos posteriores, hasta la llegada de los españoles, las esmeraldas formaron parte de los finos y elegantes adornos que lucían los aborígenes en sus cuerpos, tanto hombres como mujeres. Probablemente las esmeraldas procedan de lo que hoy conocemos como Colombia; de las minas de Muzo y Chiyor, que fueron halladas y explotadas por los conquistadores españoles en el siglo XVI.

En el área cultural Tolita-Tumaco del noroccidente de América del Sur, durante el período prehispánico se trabajó el oro, la plata y el platino con una habilidad incomparable. Fue tal el conocimiento técnico, que los indígenas descubrieron ingeniosos métodos para elaborar esculturas con láminas de oro de menos de un milímetro de espesor. Fueron capaces de recubrir hilos de fibras vegetales con el dorado metal. Las técnicas de la fundición, el laminado, la soldadura, la filigrana y la cera perdida, constituyen una evidencia del notable desarrollo de esta sociedad que basó su economía en la agricultura y en la artesanía especializada.

Cuando llegaron los españoles a las costas de la actual Esmeraldas, en 1526, su cronista señaló que los expedicionarios “fuerónse por la costa adelante a dar en otro pueblo que estaba cuatro leguas de allí muy grande que se dice tacamez (...), salieron a los dichos navíos catorce canoas grande con muchos indios dos armados de oro y de plata y traían en la una canoa (o en estandarte y encima de un bulto) de un mucho de oro y dieron una vuelta a los navíos para avisarlos en manera que no los pudiese enojar” (Relación Sámano-Xerez, en: Porras. Barrenechea, Raúl. Las Relaciones Primitivas de la Conquista del Perú, Lima, 1967, pp. 66 y 67).

Las fuentes arqueológicas e históricas demuestran que el territorio de la provincia de Esmeraldas estuvo habitado por sociedades aborígenes que tuvieron un patrón de asentamiento nucleado, es decir que vivían en aldeas, en medio de bosque húmedo y manglar. Durante siglos, objetos arqueológicos como las piedras de moler estuvieron bajo la sombra de una tupida selva, lo que determinó que las gotas de lluvia cayeran sobre las piedras usadas en el pasado. El centenario golpeteo del agua ha dejado su huella en el objeto doméstico.


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