La isla obtuvo su nombre cuando los españoles,
gracias a las crónicas de Bartolomé
Ruiz, que desembarcó en sus costas
en 1526, descubrieron que era un santuario
aborigen al que acudían los pueblos
costeros para dejar ofrendas de oro y, sobre
todo, de plata. Las piezas eran enterradas
en lugares sagrados como homenaje a sus dioses.
Años más tarde, en los textos
geopolíticos se menciona algo más
sorprendente que relacionaba a la isla con
el valioso metal: hacia 1571, en la Geografía
y Descripción Universal de las Indias,
se anota: “la Isla de la Plata se halla
a tres leguas del cabo de San Lorenzo al sudoeste,
de legua y media de circuito; descubrióla
Francisco Pizarro, que aunque no era habitada
era adoratorio de los indios, donde había
un templo muy rico en oro y plata” (López
de Velasco, 1894: 447).
Pero también obtuvo ese apelativo gracias
a las leyendas de piratas. Se decía
que los rufianes del mar escondían
sus botines (gran parte de ellos de plata)
en los recovecos de la isla. A comienzos del
siglo XX, en el álbum fotográfico
de Manabí se reconoce que la Isla de
la Plata “por su posición ventajosa
fue escogida por los piratas como punto de
reunión y descanso. En ella fondeó
el famoso Drake y repartió el botín
entre su gente” (Ceriola, 1912: 5).
En efecto, sir Francis Drake, nacido en Inglaterra
en 1540, anduvo por los puertos de Chile,
Perú y Quito (actual Ecuador), sembrando
el pánico y atacando a las embarcaciones
que llevaban oro y plata a España.
Dicen los registros escritos que en 1577 el
pirata abordó un barco mercante en
las cercanías de Valparaíso
y, en las costas quiteñas, capturó
un buque que se dirigía a Panamá
cargado de plata peruana (Lucena Salmoral,
1992: 98, 103).
Se tiene la certeza de que sir Francis Drake
reparó sus navíos en la isla
Puná. No sería descabellado
entonces suponer que hubiese utilizado a las
Galápagos y a la Isla de la Plata como
escondite y astillero. La geopolítica
guarda la huella del pirata: el nombre de
la única bahía de la isla es,
precisamente, Bahía Drake.
En la Isla de la Plata, los arqueólogos
han hallado varias piezas de las culturas
nativas del Litoral. Sus tierras fueron exploradas
a finales del siglo pasado por G. Dorsey,
quien descubrió una serie de importantes
objetos enterrados: figurillas de plata y
piezas de cerámica de la época
inca. Estas evidencias son el testimonio de
un sacrificio ritual que tenía como
finalidad legitimar la presencia y dominio
del Estado Inca en la región.
Los estudios de Estrada (1962) y los de Marcos
y Norton (1981) han permitido descubrir que
este paraje fue utilizado por el ser humano
desde hace por lo menos 5.000 años,
cuando empezó a servir como lugar de
explotación y puerto para exportar
la concha Spondylus, valioso objeto de intercambio
y amuleto sagrado de las culturas aborígenes.
Estrada ha concluido, además, que la
Isla de la Plata fue utilizada como un santuario
durante la época de la cultura Bahía
de Caráquez, en épocas ligeramente
anteriores a la Era Cristiana
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