N° 59 - mayo junio 2009
 
 
 
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Por Julio Pazos B.


Los helados de Salcedo


Treinta y cinco años atrás en Salcedo, nombre actual de Molleambato, en una confitería ubicada junto al parque principal se expendían los helados injertos o de paleta. Podía uno saborearlos en la acera, con la vista puesta en los árboles del parque, en el edificio del Municipio de arquitectura italiana renacentista y en las paredes blancas de la iglesia. El propietario de la confitería era originario de Quito y trasladó su confitería a Salcedo con todos los enseres, es decir, unos curiosos frascos de cristal. Turrones, maní garrapiñado con azúcar, bombolinas, chocolatines y chocolates resplandecían en esos frascos.

Pero el gran atractivo de la confitería eran los helados. Esos conos truncos de jugos congelados esperaban alineados que el cliente los eligiera según su inexplicable gusto. Eligiera uno, porque no solo se veían los injertos, también los había enteramente de frutilla o de chocolate. Sin embargo, la gracia del bocado frío residía en los injertos. Capas de mora, naranjilla, leche irradiaban intensos colores capaces de atraer al más indiferente. No faltaba quien preguntara cómo los hacían. Que era un trabajo lento, respondían. Se tenía que esperar que cada jugo se congelara para echar otro encima. No eran preguntas de niños, porque a los niños rara vez les interesa el origen de las cosas y todo lo atribuyen al azar.

En cierto recetario del siglo XIX se describe la técnica, más trabajosa en ese entonces que no se disponía de las blancas congeladoras activadas con electricidad. De hecho, como se dice, se daban modos para elaborar helados con el hielo que los indios bajaban del Pichincha. Por otra parte, los helados quiteños de jugos congelados o cuajados en paila sorprendían a los viajeros. Así comenta W. Stevenson, secretario que fue del conde Ruiz de Castilla; con lujo de detalles los describe este personaje que se dio tiempo para hacerlo en medio de la turbulencia política del 10 de agosto de 1809.

Volvamos a Salcedo. Hoy en día se los encuentra en muchos lugares de la ciudad y en otras ciudades en las que se los anuncia con el mote de “los auténticos helados de Salcedo”. Por alguna causa que bien pueden explicar los sociólogos, los conos truncos se han hecho más anchos y grandes. Vale decir que los del tamaño original aciertan con su delicia. Los que ahora se ofrecen pueden adormecer la lengua y causar el temido empalago.

 


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