N° 54 julio - agosto de 2008
 
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Por Julio Pazos B.

Alfajores y látigos

Calceta, Rocafuerte, Montecristi traen a la memoria ese paisaje de Manabí pintado con flores de laurel de diferentes colores. En verano, la tierra toma un color pardo que hace juego con el cielo muy azul y con el mar que ondea sus grises plateados e intensos azules marinos. Naranjos, mandarinas y limones se acomodan entre los frondosos tamarindos y tal vez entre los sobrios ceibos.


Fuimos por allí cuando en nosotros se iniciaban los impulsos que harían vivir esporádicas tormentas y plácidas circunstancias. El paisaje, en ese estado, era el marco de esas experiencias intensas y sanas que más tarde adquieren el nombre de juventud. El mar, más que sorprender con sus imágenes de extensión y misterio, nos entregó la energía de sus olas y la caricia áspera de su arena.


Superado el ímpetu del mar y con el recuerdo de las gaviotas planeadoras, seguimos a esos pueblos todavía vestidos con casitas de madera ordenadas en los bordes de unas calles polvorientas. Los parques eran las joyas de esos caseríos. En sus esquinas, los vecinos acumulaban enormes sandías. Semejaban grandes huevos verdes, pero cuando el machete las hendía, quedaba a la vista la masa roja de su comida; fresco y dulce líquido humedecía nuestros labios.


En Rocafuerte se exhibían los dulces en vitrinas rudimentarias. En la primera tienda derrochamos el dinero y no era para menos: limones enconfitados rellenos con dulce de leche, alfajores de masas tostadas adosadas con dulce de leche, elegantes alfajores de masas blandas unidas con dulce de leche y asperjados con ralladura de coco. Había un surtido de huevos de faltriquera, dulces de camote y de maní. No se quedaron al margen los látigos de cortezas de naranja, mandarina, quizás limón y toronja, que son tiras enconfitadas.


¿De dónde vinieron estos dulces? Los alfajores, los limones y los látigos viajaron del norte de África, pasaron a España, luego se afincaron en Lima y Quito. La técnica española dio forma a las masitas dulces de camote. ¿Quiénes los trajeron a estos poblados? ¿Los primeros colonos, en el siglo XVII?


Que antes los hacían mejores, no hay duda. ¿Nos parecían mejores porque no tenían la competencia de bombones y caramelos ultra refinados? ¿Son culpables los artesanos? Preguntas sin respuestas. Sin embargo, también nosotros hemos cambiado. Los años se han ido y han dejado en la piel indescifrables escrituras. Pero los recuerdos del mar, de los floridos laureles, de las cabelleras negras y rubias, de los dulces son, todavía, los encantos de la vida.


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