no. 46 - marzo abril 2007
     
 
 
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Por Julio Pazos B.


Verde y picudo

En esa costa  que va desde San Jacinto en Manabí hasta Muisne en Esmeraldas, las casas de madera eran de dos plantas; los dormitorios ocupaban el piso alto y se refrescaban con la brisa que penetraba por ventanas ubicadas delante de la fachada; en ocasiones, un corredor terminaba en un balconcito enrejado con tiras de caña guadúa. La planta baja no tenía paredes, salvo el espacio asignado para la cocina. Un par de hamacas colgaban de los pilares, más allá se veían la mesa del comedor con sus sillas. Dos palmeras, dos escuálidos árboles con papayas y una apoteósica buganvilla anaranjada cerraban la propiedad.
A las diez de la mañana las hijas solteras iniciaban los preparativos para el almuerzo. Se comería torta de verde. Aprovecharían el picudo que los hermanos pescadores trajeron en la madrugada. Una pelaba y rallaba el verde; otra componía el aliño con culantro, comino tostado, pimienta, sal, aceite y agua; de igual modo, tostó el maní, lo molió. Otra limpiaba la cazuela de barro, y la tercera, destazaba el picudo en pequeños filetes. Una vez amasado el verde con el aliño y el maní, añadieron el picudo frito y arreglaron todo en la cazuela. El aceite sobrante de la fritura y un poco de polvo de achiote asperjaron sobre el contenido de verde y pescado.

Atizaron la brasa de carbón, instalaron la cazuela y la taparon con una lata, sobre esta acomodaron algunos carbones encendidos. Unas hermanas se acomodaron en las hamacas y otras subieron al balcón, las más jóvenes, para recibir el aire fresco y salino que a medio día era muy delgado. El olor que despedía la torta despertó y movilizó a todos los habitantes de la casa. Hicieron funcionar un radio. Los pasacalles de las hermanas Mendoza Sangurima se alternaban con cumbias y anuncios de artefactos de la línea blanca.

Llegó la hora de la comida. En cada uno de los platos se veía un pedazo de torta con corteza dorada y el interior suelto y húmedo. Para resaltar el sabor de la torta se le arrimó una porción de arroz. El ají en vinagre de plátano, macerado en un ancho frasco, apareció en el centro de la mesa. Comieron con entusiasmo porque los habitantes de la casa no padecían de estrés ni anorexia.

Esas casas han desaparecido. En la actualidad son edificaciones de una planta y levantadas con bloques livianos de cemento. Quizá se siga utilizando la cazuela de barro, pero la cocción se hará en horno calentado con gas. Las hermanas viven en una ciudad de La Mancha, en España.



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