no. 45 - enero febrero 2007
     
 
 
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por Julio Pazos Barrera


Cocada

La cocada debe ser muy antigua, pero en el Ecuador no consta en el primer recetario que se tiene noticia, el de Juan Pablo Sanz; aunque sí aparece una “torta de coco”, mención que sugiere la existencia de la cocada. No la incluyó en su recetario talvez porque era muy popular y por tanto no hacía falta describir su hechura.

La cocada, o como dice el Diccionario de la Real Academia Española, dulce de médula de coco, de-bió ser muy popular en muchos países. Se piensa que el coco es originario de las islas del Pacífico y fue a Europa desde el trópico merced a la gestión de los exploradores, saqueadores y civilizadores que recorrieron todos los continentes, en los años del Renacimiento. En España, el dulce de coco se denominó cocada y así llegó hasta nosotros, salvo a Venezuela, en donde cocada es un refresco.

Conocemos las siguientes clases de cocadas: la prieta, que es coco con raspadura; la blanca, que es coco con azúcar, y la de huevo, que es coco con azúcar y yemas. Estas son cocadas de paila. Otra es la cocada de horno, que es de ralladura de coco y azúcar. Otra es ralladura de coco con azúcar y bañada con chocolate.

Parientes de las cocadas son los dulces de coco, que contienen leche, ralladura de coco y yemas; el rococó, que es ralladura de coco revuelta en almíbar y mantequilla. El último invento es una bola de chocolate blanco pasada por ralladura de coco, de la afamada empresa italiana Ferrero, que aquí se la menciona porque tiene una planta en Quito y porque es la única que ofrece sus productos al final de los numerosos actos culturales, exposiciones plásticas y presentaciones de libros, que se realizan en las ciudades del Ecuador.

La cocada ha sentado sus reales en la provincia de Esmeraldas; bien se ve que es la vertiente dulce del coco que compite con la vertiente de sal de los encocados. Sin embargo, en todas las ciudades del Ecuador es posible encontrar delicadas cocadas de azúcar, de panela y de horno. No confundir, por ahora, con el coco chileno que también se lo come, al natural, pero que antes sirvió para completar la moneda: “calé con coco” y para apostar en el juego de la perinola, en día de difuntos, cuando todavía la gente no viajaba a las playas a comer ceviches y beber cerveza.



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